Mujer

El aroma de las margaritas

Una hija, nuevos temas y residencia musical en Las Vegas: la vida de la megaestrella pop Katy Perry ha cobrado un ritmo diferente.

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Chaqueta, PROENZA SCHOULER. Aros, HARRY WINSTON.

Katy Perry está sentada en el jardín de su casa en Santa Bárbara. Miro sus ojos azules pixelados por acción de la pantalla y el efecto es dicotómico. Porque a través de los años he visto dos versiones muy claramente diferenciadas. Katy Perry, educada en un hogar religioso, convertida en una estrella pop imponente, casi de caricatura, que superó todos los récords (incluyendo cinco simples de un álbum en el puesto número uno, hazaña igualada solo por Michael Jackson), presentó el show de entretiempo del Super Bowl más visto de todos los tiempos, y llegó a ser la mujer más seguida en Twitter. Pero también está Katheryn Hudson, revelando su ser más íntimo en el documental de 2012 Parte de mí, que siguió los 124 shows de su agotadora gira California Dreams. Vimos a Hudson –casi voyeurísticamente– mientras su matrimonio se derrumbaba y las lágrimas le entrecortaban la respiración, vistiendo el característico bustier de motivos de remolino verde con cubrepezones que simulan pastillas de menta, transformarse en Perry. Un destello de sonrisa falsa y se convierte en una auténtica Velma Kelly (excepto por el crimen) subiendo al escenario al comienzo del “All That Jazz” de Chicago.

Pero con Perry, gracias a la perspicacia que me han dado el tiempo y la experiencia, puedo percibir una progresión. Esta Katy, la otra y aquella otra. “Los últimos años fueron un viaje de diversión: los trajes, las luces, los decorados y las actuaciones, pero tengo otra vida en casa, sencilla y normal”, dice desde su jardín en California del Sur, inundado de sol. “Ya no siento que tengo que estar actuando todo el tiempo y creo que es porque he logrado definir tanto mi vida profesional como la personal, interconectarlas para llegar a ser un ser humano plenamente funcional…de algún modo”.  Se ríe de su propia autorreflexión, dejando de lado la solemnidad. “Me preocupaba mucho mostrarme sin maquillaje. Incluso para una entrevista como esta, necesitaba peinado y maquillaje y ahora en cambio digo ‘Estoy, bien, sé quién soy. Y lo que pienses de mí es cosa tuya’”. Me recordó la línea de cierre de RuPaul: “A menos que te paguen las cuentas, no les hagas caso”.

Me atrapa de inmediato con su encanto. Lleva un top deportivo, dos collares, uno con la leyenda “Daisy Dove”, el otro con un diseño exclusivo de la margarita y –fiel a su palabra– a cara lavada. Ofrece realidad y yo la absorbo, sin perder ni una gota. Tal vez es una realidad elaborada, con tanto detalle meticuloso como la de la superestrella pop. Prefiero creer que la realidad era, bueno…real. En verdad, nunca lo sabremos. ¿Y por qué vivir en la incertidumbre? 

Se podría –y se debería– decir que este ha sido un año muy importante para Perry. En agosto del año pasado nació Daisy Dove Bloom, hija de Perry y el actor Orlando Bloom. Dos días después, lanzó su sexto álbum de estudio, Smile, que muchos consideran un regreso al familiar fizzy pop. Unos meses más tarde, en enero, interpretó su canción “Firework” en vivo frente al Lincoln Memorial para celebrar la asunción del presidente Joe Biden y la vicepresidenta Kamala Harris. Fueron acontecimientos deliberadamente sinérgicos. El simple principal del álbum Daisies es un tributo a su hija; la presentación en Washington también se relacionó con ella. “Me pregunté ‘¿Cómo será el mundo que voy a legarle a mi hija cuando tenga 36 años?’. Así que en realidad canté pensando en el cambio climático y en los líderes que lo están abordando con medidas audaces”. Con todo eso, aún encontró tiempo para hacer las cosas “normales” que hacemos durante una pandemia: mirar todos los capítulos de series como Gambito de dama y Succession (“La mejor serie que hay para ver” afirma con seguridad) y volver a enamorarse de los libros. ¿El favorito del momento? La segunda montaña. La búsqueda de una vida con sentido, de David Brooks. 

Es este tiempo extra en casa con la familia lo que le ha permitido repensarse. “Agradezco no haber pretendido seguir escalando montañas sin parar en mi carrera. Me dije: ´Creo que hay otra montaña más allá que tiene una vista tan bella como la de estas, si no más gratificante´”. En muchos sentidos, Daisy le dio a Perry la oportunidad de crear sin crítica, comparación, expectativas ni temor al fracaso –algo que la ha acosado a lo largo de su carrera, en parte por el éxito estratosférico que tuvo desde sus comienzos. “Como intérprete, siempre me he apoyado en el amor, la aceptación y la validación del mundo exterior y eso es algo que a veces puede fluctuar”, admite. “Un hijo es alguien que te mira sin saber nada sobre tu currículum, ni sobre tu cuenta bancaria; no sabe nada y no le importa, y tan solo te ama. Amor incondicional. Creo que eso es lo que yo buscaba”.   

Chaqueta HERMES.

Con el nacimiento de Daisy, Perry se supo plena, pudo sanar heridas profundas que se habían ido formando con los años. “Siempre sentí que, con respecto al amor, me movía con algo de dolor en el corazón”, dice, y sus ojos parecen volverse con lentitud a algún lugar dentro de su mente. “Mi pareja me ayudó enormemente a superarlo. Pero esto fue algo que llegó mucho más profundo. Y está allí, ese amor está allí”. La mirada penetrante regresa, centrada, segura. “Había oído hablar del amor incondicional, pero ahora puedo experimentarlo. Se alcanza una plenitud”.

Es en esta relación con Bloom y ahora con su hermosa hija Daisy que la fase de luna de miel pareciera no tener fin, con cimientos que con el tiempo han llegado a profundidades que antes no eran accesibles. La sonrisa contagiosa de Perry brilla con la sola mención de su pareja. “Pude ser testigo de cómo vive la paternidad”, dice. (Bloom tiene un hijo de diez años, Flynn, con su exesposa Miranda Kerr). “La manera en que estuvo y está presente para él y cómo se esfuerza, creo que esa fue una de las razones por las que tomé esa decisión consciente. Me dije: ‘Este es el padre de mis futuros hijos’. Vi su bondad, su ternura, su empatía y su dulzura. Era lo que yo buscaba, Pensé: ‘Okey, esto es distinto’. Y esta es su primera niña, así que es una sensación muy diferente. Agradezco tanto que esté para mí. Eso es algo que no tiene igual”. 

Como muchas madres noveles –o quizás todo el que haya pasado este último año relativamente aislado– Perry está usando estos cambios para reflexionar sobre su vida. “Durante 35 años yo tomé todas las decisiones, hice lo que quería, viajando por el mundo y ocupándome de mi carrera”, dice. “Ahora tengo la enorme responsabilidad de cuidar a este regalo increíble. Te hace muy vulnerable y te hace recordar tu propia niñez y pensar que tal vez quieras hacer las cosas de otra manera. Yo quiero hacerlas de otra manera”. Pero, por supuesto, también tenía dudas. “Me daba miedo ser mamá”, admite. Cuenta que hizo un “viaje sanador” para tratar de comprender lo que le pasaba, llegó a las causas e hizo lo necesario para tomar la decisión. “Ahora lo entiendo, sé que esto es lo importante. Todos los días pregunto: ‘¿Cuándo vamos a caminar? ¿Cuándo podemos ir a nadar?’ Hubo más de 12 años en los que no existió ninguna de esas cosas pequeñas. Fue alucinante vivir a lo grande y a lo loco, pero a veces está bueno nada más tirar la pelota en el jardín y ver la alegría de tu hija, su risa cuando el perro va a buscarla y la trae de vuelta”. 

Margaritas. Montañas. El césped del jardín. Quizás es verdad lo que dicen: la naturaleza es sanadora. Está claro que Perry se está enamorando de un mundo más sereno que el de las candilejas despiadadas que –dice– puede ser abrumador. “Hay que aprender a salir con vida del auto en llamas. De vez en cuando, se puede volver a entrar y decir ‘Este es mi truco mágico’. Creo que la música y el mensaje empoderan y ayudan a la gente, pero no debe ocupar todo tu tiempo. Hay que hacer lugar para una vida real”.

Esa vida real, que Perry llama “la vida más pequeña, la mejor”, implica mucho tiempo con la familia, no solo Orlando y Daisy, sino también la familia extendida: los padres de Perry, sus hermanos. Hay jueves de tacos y sábados de panqueques daneses –el cuñado de Perry es danés– y jazz. “Cuando pasas tanto tiempo con la familia hay muchas oportunidades para sanar”. 

También ha comenzado a pensar en su futuro, –no solo uno que incluya una nueva residencia musical en Las Vegas– sino algo un poco más lejano. ”¿Cuál es el próximo intervalo de mi vida? ¿Cómo es? ¿Dónde puedo realizarme? Siempre he soñado con estudiar, aprender psicología o una combinación de psicología y filosofía. Una vez que me integre a un programa y una estructura educativos, voy a poder ver todos esos temas que me interesan. Es para el futuro, pero primero viene Las Vegas”.   

En la residencia, que comenzará el 29 de diciembre, Perry se unirá a un grupo de talentos: Céline Dion, Carrie Underwood y Luke Bryan, además de Zedd y Tiësto en el nuevo Resorts World Las Vegas. Será la primera presentación en vivo de Perry desde antes de la pandemia. Le pregunto si está nerviosa o si de algún modo tiene miedo.  Responde con un gesto burlón. Está claro que cuando es necesario puede pasar de un mundo al otro con toda facilidad. “Sé que cuando vuelva a estar sobre el escenario voy a dar todo de mí, como en todos mis proyectos”. ¿Pero hasta entonces? “He trabajado profesionalmente desde que tenía 13 años y ahora me he detenido a sentir el aroma de las rosas”. 

Fotos: Greg Swales.
Styling: Danielle Goldberg.
Pelo: Jesus Guerrero. Maquillaje: Michael Anthony. Manicure: Kim Diem Truong.
Producción: Dana Brockman.
Coordinadora de producción: Molly O’Brien.
Digital: Amanda Yanez.
Asistentes de iluminación: Yolanda Leaney y Sebastien Keefe. 
Asistentes de styling: Alexis Asquith y Jamison Dietrich.
Asistente de producción: Jeremy Alvarez.
Agradecimiento: Hotel Rosewood Miramar Beach. 
Traducción: Silvia Villegas.

Chaqueta y falda, PROENZA SCHOULER. Zapatos SALVATORE FERRAGAMO. Aros, HARRY WINSTON.

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