Arte y Cultura

El escritor que cantaba rancheras

A diez años de su muerte, la figura y obra de Pedro Lemebel inspiran a toda una generación que lo observa como un ícono cercano y pop, comprometido y consecuente. 

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Foto: Claudia Román.
Columna publicada originalmente en la edición L'OFFICIEL CHILE de junio 2021. 

El apellido Lemebel no existe en los árboles genealógicos de Chile. No posee ninguna historia milenaria asociada. Es una completa invención que no tuvo más de tres representantes en este mundo, todos muertos: Olga, su hija Violeta y su nieto Pedro. El descendiente famoso de esta pequeña generación solía contar que su abuela había creado ese apellido cuando escapó de casa y fue madre soltera. Se podría haber agotado en su hija Violeta Lemebel, casada con el panadero Pedro Mardones, pero el hijo pródigo de la generación quiso que sus libros, sus performances y su vida entera fueran conocidos bajo la identidad de un conjuro fraguado en forma de léxico.

La propia identidad del escritor nace entonces de la porfía, del desacato y de la independencia. El autor de La Esquina es Mi Corazón (1995), que sin embargo tenía buenos recuerdos de su padre, dijo en alguna oportunidad que firmar como Pedro Mardones se hubiera prestado a confusiones con éste y que, además, deseaba honrar la creatividad y tozudez de sus antecesoras.

Pero también, sin filtros fatuos, directo al grano y orgulloso de su originalidad, reconoció en alguna oportunidad ante el escritor y cronista chileno Oscar Contardo: “Pedro Mardones es como nombre de gásfiter, ¿no crees tú?”. Nunca quiso armarse de modestias falsas y ridículas.

La tradición literaria chilena está más o menos definida por el uso del seudónimo y el origen de clase. No es de extrañar que los premios nobel de Literatura locales Gabriela Mistral y Pablo Neruda, ambos de origen humilde, se hayan llamado en realidad Lucila Godoy y Neftalí Reyes en un país donde la cuna, los apellidos y las relaciones lo son todo. En este sentido, Pedro Lemebel es un brillante miembro de aquella sociedad de poetas muertos en eterna resurrección.

Pedro Lemebel era una auténtica bestia con talento infinito, capaz de resignificar los códigos de la canción cebolla en defensa de las minorías invisibilizadas.

Fallecido con solo 62 años, en enero de 2015, el escritor, cronista y artista plástico se encuentra actualmente pasando por una de sus múltiples resurrecciones. La tierra elegida es el globalizado paraíso del streaming, que en Latinoamérica acogió el estreno de la película Tengo Miedo Torero, basada en su obra más famosa, y del documental Lemebel. Los dos están en Amazon Prime Video. La primera es una adaptación bastante fiel de su obra más conocida y el segundo es un documental muy libre y original de Joanna Reposi Garibaldi, premiado en el Festival de Berlín.

En Tengo Miedo Torero el actor Alfredo Castro, el más conocido e internacional de los histriones chilenos, es la llamada Loca del Frente, un travesti de amores arrebatados con algunas características del propio Lemebel. En Lemebel, vemos al artista a través de una mirada que privilegia sus performances iniciales y luego su precipitado final, condicionado por un cáncer de laringe que le extirpó la inconfundible voz con que leía sus crónicas y hería al pacato establishment de Chile.

PROVOCACION EN EL BARRIO CHILENO

Pedro Lemebel publicó nueve obras en su vida. De todas ellas, apenas una fue una novela. Fue precisamente Tengo Miedo Torero, su narración más conocida. El resto se repartió en crónicas, viñetas, retablos de vida y retratos de personajes que caminan por los bordes (no le gustaba la palabra marginal) y que son discriminados, humillados y ofendidos por su sexualidad, por su clase, por sus rasgos físicos o por hablar como piensan. Como él.

Dueño de un estilo arrollador y barroco, donde los adjetivos y sustantivos se cruzan y mezclan para crear una prosa poética inclasificable, Lemebel confiaba en la forma y en el estilo de la misma manera en que otros sólo creen en el contenido y discurso. Era cercano al Partido Comunista chileno debido a razones familiares y muy amigo de su fallecida líder Gladys Marín, pero probablemente estaba a años luz de la moral viril y machista de los jerarcas de la organización.

En el documental de Joanna Reposi, se escucha hablar a su hermano mayor Jorge Mardones, quien recuerda a Pedro y su precoz interés por la fotografía, por la pose, por el retrato de sí mismo en diferentes facetas. Dice que solía defenderlo de los bravucones y matones del barrio en la población San Miguel de avenida Departamental, sector de clase media baja de Santiago. Lo molestaban por su homosexualidad.

Con el paso del tiempo no sería necesario que nadie lo defendiera de absolutamente nada. Más bien había que escudar a los que osaban interpelar su garbo y decisión. Siempre amó los tacos altos y fueron su marca de fábrica y de moda cuando hacía sus primeras performances en el dúo performático Las Yeguas del Apocalipsis con Francisco Casas. Rasgaron las vestiduras del Chile santurrón e hipócrita de fines de la dictadura e inicios de la democracia, entre 1987 y 1993.

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La película Tengo Miedo Torero se ambienta un poco antes de ese período, concretamente en 1986, cuando Augusto Pinochet es blanco de un atentado frustrado. Es una historia que coteja el coraje de un joven revolucionario de clase alta con la inextinguible capacidad de amar del travesti pobre y sin demasiada conciencia política que lo acoge en su casa.

Rodrigo Sepúlveda, director de la película, simpatiza probablemente con este último. Su valentía en el corazón está a la altura de cualquier arrojo guerrillero. Maneja una visión similar sobre el propio Lemebel: “Fue sobre todo un provocador. Fue capaz de salir a la calle y a la escena pública en plena dictadura de Pinochet, con su cara pintada y sus zapatos de tacones altos. Eso me conmueve mucho”.

Con el paso de los años y mientras el Lemebel de las artes performáticas le hacía paso al Lemebel escritor, aquella figura explosiva de la escena chilena sería reemplazada por una versión algo más decantada pero igualmente insurrecta. Tal vez los zapatos puntiagudos desaparecerían, pero a cambio llegaron infinitas bufandas y paños, preferentemente rojos. La identidad del escritor era inconfundible.

Consciente de las huellas del tiempo y de la erosión del cuerpo, Lemebel reemplazó el cabello que ya raleaba por aquellos pañuelos, ahora en la cara, el cuello y la cabeza. Cuando asomó la quimioterapia y el pelo desapareció, el autor de Loco Afán ya tenía un arsenal y un repertorio de sobra para tapar las marcas del tratamiento.

BANDA SONORA DE UN INSURRECTO

A Pedro Lemebel le gustaba el bolero, el tango, la ranchera y la canción romántica en español en general. Se había criado en una casa con una radio prendida todo el día y donde no había un solo libro. Decía que no podía trabajar sin escuchar música y no es raro que los títulos de sus obras vengan de aquellas mismas canciones. Tengo Miedo Torero es, sin ir más lejos, el nombre de un pasodoble popularizado por Lola Flores y creado a fines de los 60 por Augusto Algueró, uno de los más prolíficos y originales compositores en español.

Uno puede hacer un playlist con temas de Algueró y coincidir perfectamente con los gustos de Lemebel a través de éxitos infalibles como Noelia o Penélope, patentados por las respectivas voces de Nino Bravo y Joan Manuel Serrat. O escudriñar en la voz casi infantil y etérea de Jeanette cantando Amor de Poeta y Porque te Vas, temas a su vez de Manuel Alejandro y José Luis Perales. Temas que Lemebel escuchaba una y otra vez.

Es más, muchos en Chile conocieron al autor primero (y quizás siempre) a través de su programa radial Cancionero, que entre 1994 y 2002 se alimentó de sus crónicas urbanas y de su habilidad de disc-jockey sagaz, sensible y romántico.

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En este punto conviene decir que el escritor chileno estaba lejos de la tradición literaria local de la derecha, pero también de la izquierda. Nada de alta cultura. Hay que señalar con el dedo que Pedro Lemebel era una auténtica bestia pop, con talento infinito y capaz de resignificar los códigos de la canción cebolla y el culebrón latinoamericano en defensa de las minorías invisibilizadas.

Por eso fue aún más doloroso para una parte importante de los escritores chilenos cuando Roberto Bolaño, que acababa de publicar Los Detectives Salvajes, vino al país tras 25 años de ausencia en 1998 y ungió a Pedro Lemebel como el gran original de la literatura chilena. Sobre el resto, sólo hubo un gesto de indiferencia o, peor, de burla.

FRIDA HASTA EL FIN

Pero el escritor performista estaba lejos de dejarse agasajar con complacencia. Cultivó una buena relación con Bolaño en la medida, en que no tocaran sus grandes luchas y sus pequeñas derrotas. Se crió intelectualmente entre escritoras feministas como Pía Barros, Raquel Olea o Diamela Eltit y no le gustó que el autor de El Gaucho Insufrible le recomendara “alejarse” de ellas”. Hubo un pequeño quiebre.

Después de todo Lemebel no se transformó en un ícono LGBGT por arte de magia ni a costo cero. Estaba su propia vida empeñada en aquella lucha y es probable que el orgullo con que los movimientos minoritarios se expresan hoy en Chile le deban mucho a la virtuosa e insolente del escritor. Rodrigo Sepúlveda dice que una película como Una Mujer Fantástica, ganadora del Oscar internacional 2018 y protagonizada por Daniela Vega, nos e podría haber hecho en un país conservador como Chile “sin la existencia del camino que abrió Lemebel”.

La directora Joanna Reposi Garibaldi, que filmó al escritor en sus últimos 11 años de vida, busca aquellas señales de consecuencia y compromiso en la literatura, pero sobre todo en las acciones de arte de sus inicios. No hay que olvidar que Lemebel fue profesor de Artes Plásticas y que no enfrentaba a las palabras con las imágenes. Por el contrario, las unía.

“Una de las obras que más me gustan de él es Las Dos Fridas, que alude al famoso autorretrato doble de Frida Kahlo”, comenta Reposi. “Nace a partir de lo que creó con Francisco Casas en Las Yeguas del Apocalipsis y que luego fue retratado por el fotógrafo Pedro Marinello. “En esta creación hay una reinterpretación del cuerpo, que ahora es travesti, homosexual, agredido, marginal y doloroso, unido por un corazón”.

La directora recuerda que el autor de Perlas y Cicatrices se volvió a vestir y maquillar como Frida Kahlo poco antes de morir, ya postrado en el hospital: “Esa propuesta estuvo en toda la vida de Lemebel, lo acompañó hasta el final y apareció también en sus creaciones no performáticas. Por eso es muy difícil separar a la persona de sus creaciones. Más bien vivía su obra.

Las dos Fridas es del año 1989 y nace como comentario y respuesta a la peor época del sida, cuando diezmaba a la comunidad homosexual. Esta proclama visual no está lejos, después de todo, de las fotos que el Lemebel adolescente se tomaba en el balcón de su departamento en un barrio modesto de Santiago. En ese tiempo era su hermano quien lo defendía de la muchedumbre intolerante y homofóbica, pero ahora ya no es necesario. Aquella masa conformista la tiene más difícil y los anticuerpos del artista viven en una generación que se protege sola.  

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