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La vida simple

Sobre la mansa costa de la Región Norte de Portugal, el legendario diseñador de interiores Jacques Grange ha encontrado un refugio idílico en el pueblo de Comporta.  

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Comporta, Portugal.  Una serena franja de dunas costeras, bosques de pinos y verdes arrozales, a solo una hora al sur de Lisboa.  En décadas pasadas la comparaban con otros lugares: Es Saint-Tropez en los 70. Son los Hamptons en los 80. Es Ibiza en los 90. Cuando en un vuelo de Lisboa a Faro 35 años atrás, el diseñador parisino Jacques Grange detectó esa playa de 12 km con sus enormes dunas, lo primero que le vino a la mente fue Africa. “Era como otro mundo. El lujo es la naturaleza que te rodea”, dice Grange, que ha iniciado el proyecto del Atlantic Club Comporta, una comunidad residencial privada con 22 unidades diseñadas por el decorador. 

El vuelo resultó profético.  Grange se interesó por la región y Vera Iachia – diseñadora de interiores portuguesa y antigua discípula– lo invitó a visitarla en Comporta. La casa de Iachia era una diminuta cabaña en la playa, con techo de paja. En ese tiempo no tenía electricidad ni agua corriente. La mayoría de los residentes atravesaban las dunas en buggies areneros; los canales de los arrozales, en pintorescas canoas de madera.  Grange se enamoró de ese estilo de vida idílico y al tiempo le compró a la madre de Iachia su bungalow en la ciudad de Carvalho. Conocido por sus diseños de interiores lujosos (sus clientes van de Yves Saint Laurent y Sofía Coppola al Hotel Mark de Nueva York), en este caso optó por un estilo sencillo para su modesto refugio. Conservó los exteriores simples y pintó los interiores a la cal. Decoró las habitaciones con alfombras marroquíes, muebles de rattan y cerámicas portuguesas de colores vivos. “Amo el mar. Amo el clima. Amo la libertad que se vive aquí”, explica.

“El LUJO ES LA NATURALEZA QUE TE RODEA”.
JACQUES GRANGE 

Los Espirito Santo, una de las familias más grandes de la banca portuguesa, percibieron esa libertad cuando llegaron a la región en la década de 1950. Entonces, Comporta era todavía un remanso rural en Alentejo, una zona agrícola de Portugal habitada por campesinos que cultivaban arroz y por pescadores. El clan Espirito Santo compró una enorme franja de la región y la convirtió en su lugar de recreación para los veranos. Algunas ramas de la familia se instalaron en diferentes lugares ocupados tradicionalmente por viviendas de pescadores y los transformaron en minicomplejos familiares.  El objetivo era mantener la discreción sobre su nuevo escondite veraniego. Tal vez los miembros de la familia conservaban reliquias familiares y antigüedades de gran valor en las humildes cabañas de playa, pero desde afuera nadie lo habría notado. En 1974, luego de la Revolución de los Claveles que desmanteló el régimen autoritario de ese entonces, los bancos fueron nacionalizados y el Grupo Espirito Santo perdió parte de sus activos. Muchos miembros de la familia dejaron Portugal para llevar sus negocios a otros lugares y abandonaron sus hogares en Comporta. Pero en los 90, algunos miembros de la dinastía Espirito Santo –Iachia, entre otros– comenzaron a regresar y a distribuir tierras entre personas que no eran parte de la familia.  

Luego de la mudanza de Grange a este complejo, una serie de otros amigos de renombre –la modelo y musa franco-árabe Farida Khelfa, el diseñador de zapatos Christian Louboutin, el diseñador industrial Philippe Starck y el artista alemán Anselm Kiefe–compraron propiedades en el lugar. Muchos amigos, como Françoise Dumas, la talentosa publicista residente en París, visitaron a Grange y su pareja Pierre Passebon un par de veranos y terminaron comprando un lugar propio. “Es tan auténtico”, dice Dumas, que había tenido una casa de vacaciones en Biarritz. “Además, el Atlántico aquí es mucho más templado que en Francia”. 

Pero por cosmopolitas que fueran los nuevos residentes de Comporta, siempre hubo un pacto tácito de respetar el perfil bajo del lugar. De hecho, toda la región es una reserva natural protegida. La familia Espirito Santo había mantenido un estricto código de edificación para evitar el tipo de dispersión urbana que afectó a zonas como el Algarve. Se instaló infraestructura –escuelas, edificios públicos y algunas propiedades residenciales modernas– pero las casas de vacaciones más deseadas siguieron siendo las tradicionales cabañas de pescadores de techos bajos, que los nuevos residentes decoraron en estilo bohemio, chic y sin pretensiones. 

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“PARA MÍ, COMPORTA ES DISFRUTAR DEL PAISAJE Y NO HACER NADA”.
JACQUES GRANGE

Los días se componen de comidas al aire libre de estilo familiar, servidas bajo los techos de paja, y chapuzones refrescantes en la piscina. “Vas de una casa a otra, del almuerzo a la cena”, dice Dumas.  Las salidas son para dar un paseo a caballo por las dunas o para comprar alpargatas y caftanes en Lavanda o antigüedades y obras de artesanos locales en el Stork Club, la galería que conducen Grange, Passebon y Marta Brito do Río, amiga de ambos. “Lo hacemos por gusto y por amistad. No lo haríamos si fuera trabajo”, dice Grange.  

Las tardes de los fines de semana, el almuerzo en el restaurante Sal de la playa Pego atrae a una multitud. Familias multigeneracionales se demoran en las mesas con platos de pulpo a la parrilla, almejas y botellas de vino espumante de la región mientras los niños juegan en la arena. Por las noches, la acción se desplaza al restaurante Museu do Arroz, ubicado en un antiguo molino de arroz, que se ha convertido en el country club de facto de la región. 

 “Pero esto no es Saint-Tropez, este es un lugar muy sencillo”, dice Dumas.  Con el correr de los años, se han abierto algunos hoteles pequeños y discretos como The Sublime, que ofrece cabañas respetuosas del medio ambiente en una antigua plantación de corcho, y el Casas Na Areia, un grupo de casas junto al mar, con techo de paja y pisos de arena blanca. La cadena de hoteles de lujo del Grupo Aman está desarrollando desde hace una década un resort frente a la playa, que ha despertado protestas de residentes locales. 

Tal vez nadie pueda comprender el estilo de vida, tan relajado y propio de la región, como Grange. Por eso resulta lógico que sea el cerebro y esteta detrás del proyecto del Atlantic Club. El terreno de 25 acres se recuesta sobre el océano con vistas espectaculares de los campos de arroz y los bosques. Grange ha convocado a su amigo de muchos años Madison Cox para el diseño del terreno. Todas las casas con techo de paja se harán en la tradicional paleta de azul y blanco con franjas anchas. Cox quiere abordar los jardines con un enfoque “zen, pero refinado”. “No tiene que dar la impresión de demasiado urbano ni sofisticado”, explica. Para lograr ese efecto, ha plantado lavanda, adelfas y árboles frutales, como higueras y granados. La clave es trabajar con el paisaje que ofrece el lugar. “El lujo aquí es sentir lo agreste del entorno”, dice. “Para mí, Comporta es disfrutar del paisaje y no hacer nada”.

TRADUCCIÓN: SILVIA VILLEGAS
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