Lección de cine
Inmersión conmovedora en la vida de un hombre afectado por una enfermedad neurodegenerativa, delicado registro del amor impotente de su hija. El Padre ganó dos premios Oscar: al mejor actor, para Anthony Hopkins, y al mejor guion adaptado para Florian Zeller, el novelista y dramaturgo, que recibió este gran galardón de la industria del cine con su primera película.
L’OFFICIEL: ¿En qué momento imaginó que la obra teatral El Padre podía convertirse en una película?
FLORIAN ZELLER: Muy tardíamente. Al escribir la obra, no sabía en qué medida el público estaría dispuesto a emprender este viaje emocional. Me sorprendieron y me conmovieron mucho las reacciones, que se repetían, cualquiera fuera el país (N. de la R.: fue estrenada en cerca de 45 países) y más allá de las diferencias culturales. Muchas veces, los espectadores nos esperaban a la salida, no para felicitarnos, sino para contarnos su propia historia. Me di cuenta de que esta obra tenía una dimensión catártica. Creo que es el objetivo del teatro, del cine, hacer que uno se sienta parte de algo más grande que uno mismo, recordar que compartimos los mismos miedos y los mismos dilemas, que estamos conectados unos con otros por la fraternidad del destino. Eso brinda un verdadero consuelo. Siento que fue en ese momento cuando tomé la decisión de hacer una película. Lo particular de esta historia es que pone al espectador en una posición única, lo hace atravesar un laberinto, preguntarse qué es real y qué no, meterse en la cabeza de este personaje. Me parecía que el cine, por su propio lenguaje, podía lograrlo de una manera todavía más completa, inmersiva. No quería que El Padre fuera solo una historia, sino que encarnara la experiencia de mostrar qué significa perderlo todo, no tener más referencias, tampoco como espectador. El cine podía jugar con esta dimensión de un modo aún más potente que el teatro. Todo lo que el cine permite hacer, por la elección de encuadres, el juego de decorados, embarca al espectador en ese laberinto.
L’O: La película parece desarrollarse desde el punto de vista del personaje, y juega mucho con el desconcierto, incluso el del espectador.
FZ: Transcurre en un mundo racional, pero que pierde toda lógica. Quería que fuera como un puzzle, que el espectador fuera activo, y que intentara probar todas las piezas para encontrar una combinación con sentido. Pienso que es lo que pasa en la cabeza de alguien para quien la realidad comienza a volverse incierta, cuando las cosas se vuelven incoherentes, cuando las situaciones se contradicen. El cerebro debe hacer un esfuerzo permanente para comprender, y esta batalla interior puede provocar accesos de angustia, de ira, a veces de crueldad.
L’O: El departamento también es un personaje en la película. ¿En qué momento tomó conciencia de esto?
FZ: Es una dimensión intrínseca del proyecto. Mientras escribía el guion, dibujaba los planos del departamento, que definieron la identidad de la película. Rodamos en estudio porque eso me permitía utilizar todas las facilidades logísticas para construir un departamento-laberinto, producir metamorfosis, a veces sutiles, a veces obvias. Era importante que se sintiera que algo había cambiado, sin que se supiera qué, poner en duda las certezas.
L’O: La película también incita a estar muy alerta, a todo, todo el tiempo.
FZ: Uno de los procedimientos a los que recurrí fue la variación, del encuadre o de los actores. Quería que se experimentara cabalmente el sentimiento de ser ajeno al propio entorno, ofrecer esa experiencia interior, con la intención de despertar la empatía, de abrazar al otro en su diferencia. Es una de las funciones del arte: ayudarnos a comprender aquello que no somos y a quererlo más, o mejor.
L’O: Eligió no nombrar nunca la enfermedad que sufre el personaje…
FZ: No quería que el espectador se dijera de inmediato: “ya entendí, la cuestión es esta…”, sino que la película mostrara una trayectoria sin elegir una única perspectiva. Hacer convivir dos puntos de vista: el del padre y el de la hija, esa mujer amorosa, que hace todo lo que puede y que llega al límite de su amor, porque no alcanza, y quería explorar ese desgarro interior. Me alegra mucho que el papel lo interprete Olivia Colman, un ser tan amante de la vida que creo que lo demuestra en cada uno de sus roles. Hay una increíble profundidad de campo en su rostro: conjuga el amor y la impotencia, el desaliento también.
L’O: ¿Cómo fue el trabajo con Anthony Hopkins?
FZ: Decir que tenía temor de trabajar con él es poco: es muy intimidante. Pero era una oportunidad única de hacer una película en la que yo había trabajado durante mucho tiempo. Hay que superar la incomodidad de dirigir a un actor. Tuvimos días difíciles, pero nada fuera de lo normal. Yo quería que él explorase sus propios sentimientos, sin estar protegido por un personaje, que fuera profundamente él mismo, que se dejara invadir por sus propias emociones. Yo conocía a este actor desde mucho tiempo atrás: era el hombre del control, del lenguaje, de las situaciones, y verlo perder pie así me permitía hacer un paralelo con los espectadores que conocieron a alguien íntimamente y que lo ven volcar por completo. Quería que descubrieran otro actor, un actor que explora un territorio emocional inédito, desconocido incluso para él.
L’O: La omnipresencia de la música también es esencial, en particular la escena en la que el personaje de Anthony Hopkins escucha un disco rayado.
FZ: Quería que el espectador viviera la experiencia del disco rayado: esa escena plasma la sensación de la realidad que descarrila. También es una escena importante para mí en la medida en que, de modo inesperado, durante la preparación de la película hablamos mucho de música con Anthony, y descubrimos nuestra pasión común por un aria de la ópera de Bizet Los pescadores de perlas… Siempre soñó con hacer una película que incluyera esa música. De golpe, esa melodía se repite varias veces. Es el último lazo con el mundo y la belleza cuando todo lo demás tambalea.
L’O: Cuando le aparece la idea para una historia, ¿sabe de inmediato qué forma tendrá? ¿Novela, obra teatral, película?
FZ: Es más bien a la inversa. Escribo, y más tarde entiendo de qué se va a tratar. Cuando escribí El Padre, no me propuse escribir sobre Alzheimer. Trato de ponerme en la situación del soñador que, al despertarse, mira hacia atrás para comprender lo que soñó.
L’O: ¿En qué idioma sueña?
FZ: En francés.
L’O: ¿Cómo vivió este tiempo de inactividad?
FZ: Ser creativo es proyectarse… Y era complicado proyectarse, escribir, soñar. El espacio mental estaba ocupado por la preocupación, la incertidumbre. Pero uno termina por adaptarse, reinventarse.
L’O: En perspectiva, ¿qué emociones conserva del hecho de haber recibido un Oscar?
FZ: En el momento era sorpresa, alegría pura, gratitud. Y eso perdura.