Arte y Cultura

Asombrar y sorprender: Santiago como lienzo

Preguntas existenciales, una cueca sobre vidrio, una casa transparente, miles de personas desnudas y una niña gigantesca que hizo que todos se sintieran pequeños. Aquí un repaso de cinco obras que asombraron de distintas maneras y abrieron los ojos del país.

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Fotografía de Royal de Luxe.

No hay duda de que los movimientos artísticos tienen un rol poderoso en la sociedad, pues pueden cambiar las perspectivas, desafiar las normas, ser plataformas de debate e incluso pueden dejar huellas indelebles en las personas. En cuanto a obras que han generado repercusiones en la sociedad, los chilenos han sido participes, creadores y admiradores de aquellas. 

A pesar de que en Chile –hasta el día de hoy– se mantiene la creencia de que el arte se refiere netamente a las pinturas que cuelgan en las paredes de los museos, es fundamental revisar la trayectoria del país como escenario de obras que, literal y simbólicamente, salen más allá de los marcos de los cuadros albergados en las galerías. 

Es evidente que trabajos como los de Roberto Matta, Gonzalo Cienfuegos, Pedro Lira o Alberto Valenzuela son íconos y manifestaciones vibrantes de la identidad nacional. Sin embargo, la elaboración de arte en espacios públicos fuera de salones dedicados a la contemplación, abandonando su espacio tradicional para interactuar más directamente con el público, ha permitido que los chilenos y chilenas se dejen afectar por lo que los griegos denominaban thauma, concepto referido al asombro o la sorpresa.

El buen arte genera thaumazein, y no necesariamente debe ser a través de una pintura o una escultura. Y Santiago no ha estado exento de esa búsqueda, sino que en más de una ocasión sus calles se han transformado en un lienzo blanco y nosotros, sus habitantes, en espectadores y pinceles

Aquí, cinco momentos en la historia nacional en que la destreza salió de los cuadros.

Estudios sobre la felicidad (1979 - 1981)

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Estudios sobre la felicidad (1981), fotografías por Patricio Novoa.

Durante la dictadura militar de Augusto Pinochet, el artista chileno Alfredo Jaar compuso una obra basada en entrevistas, encuestas, fotografías, instalaciones y carteles en la vía pública que ponían en cuestión la felicidad de los chilenos y chilenas. “¿Es usted feliz?”, se leía en grandes espacios publicitarios, elaborando una narrativa visual y conceptual que no solo evidenciaba la disconformidad política del momento, sino que hoy en día sigue cuestionando a todo aquel que mira la obra

Las instalaciones criticaban las campañas publicitarias de la época que promovían el bienestar y la prosperidad, haciendo una reflexión sobre la dicotomía entre la apariencia de normalidad y la represión vivida en la época. Los estudios de Jaar no solo capturaron la complejidad y el sufrimiento de aquellos años, sino que cuestionan a todo aquel que mira su trabajo, de manera relevante y resonante, incluso 43 años después. 

La Conquista de América (1989)

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La Conquista de América (1989), fotografías por Paz Errázuriz.

El 12 de octubre de 1989, a torso desnudo y vistiendo un pantalón negro, Pedro Lemebel y Francisco Casas, conocidos como  “Las Yeguas del Apocalipsis”, se ubicaron en el hall de la Comisión Chilena de Derechos Humanos y dibujaron la silueta de América del Sur con vidrios rotos de botellas de Coca-Cola. 

En conmemoración al Día de la Raza, los artistas hicieron referencia a las víctimas de la colonización española y a las dictaduras del cono sur, autoflagelándose mientras bailaban una cueca a pies descalzos sobre los filosos pedazos de vidrio. La silueta del continente plagada de sangre expresaba el dolor y el sufrimiento vivido desde el hallazgo de América en adelante. 

Proyecto Nautilus (2000)

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Proyecto Nautilus (2000), fotografías por Arturo Torres y Jorge Christie.

Durante el caluroso verano del nuevo milenio, en pleno centro de Santiago, frente a la Bolsa de Comercio y la iglesia de las Agustinas, los arquitectos Arturo Torres y Jorge Christie instalaron su ahora famosa casa de cristal. La actriz Daniella Tobar, encerrada en su interior, se despertó con el bullicio de la prensa, grupos conservadores predicando y 200 hombres gritando que se bañara: todos podían mirarla a través del acuario humano que ponía en jaque la vida privada y la vida pública. 

Gracias a un capital del Fondart, los arquitectos construyeron la casa, arrendaron un terreno eriazo y le pagaron a una estudiante de teatro para que habitara la casa durante dos meses. Sin embargo, a pesar de las polémicas en la época (como el arresto de Augusto Pinochet en Londres), fue Tobar y su habitar público la que se robó todas las miradas. 

Al desnudo. Entre lo público y lo privado fue el nombre que se le dio al proyecto Nautilus, una obra que dejó al desnudo el morbo y el voyeurismo de los chilenos, que debido al acoso y los gritos diarios a Daniella, le imposibilitaron cumplir los dos meses acordados.

Nude adrift (2002) 

 

Era un crudo invierno y el termómetro marcaba 0º. En los televisores se transmitía la final del mundial entre Brasil y Alemania. Mientras tanto, el fotógrafo estadounidense Spencer Tunick se preparaba para elaborar una obra como la que acababa de hacer  en Sao Paulo, en que 250 personas posaron desnudas para él

En ese entonces, el director de la Bienal de Sao Paulo, el alemán Alfons Hug, le propuso al director del Museo de Arte Contemporáneo de Santiago, Francisco Brugnoli, invitar a algunos artistas del evento a Chile. Apenas volvió de Brasil, Brugnoli le ofreció a Tunick armar algo similar en nuestro  país. 

El 30 de junio de 2002, se esperaba una cantidad muy baja de asistentes a la convocatoria, debido a que Chile era catalogado como un país “conservador” y “tradicional”. Sin embargo, alrededor de cinco mil personas se desnudaron sin tapujos frente a la cámara, mientras fanáticos religiosos protestaban por el actuar de los nudistas. 

A partir de  las seis de la mañana empezó a llegar la gente al frente del MAC y pasadas las 8:30 horas, casi como un acto de liberación, una mancha rosada se movía por la calle José Miguel de la Barra, frente al Museo de Bellas Artes, mientras Tunick disparaba con su cámara. Luego sucedió lo mismo en calle Cardenal Caro, a un lado del río Mapocho.

Entre un megáfono, un desorden inmenso y ropa colgando de los árboles del Parque Forestal, Tunick marcó un antes y un después en la imagen rígida y puritana de Chile

La Pequeña Gigante (2007)

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La pequeña gigante (2007), fotografías de Royal de Luxe.

Con más de dos millones de espectadores, durante el verano de 2007, el Festival Teatro a Mil en Santiago hizo que toda la capital luciera más pequeña, mientras la Pequeña Gigante buscaba a su rinoceronte escondido. 

Con siete metros de altura, la Pequeña Gigante de la compañía francesa Royal de Luxe buscaba a su rinoceronte gigante que dejaba buses dados vuelta y huellas por toda la ciudad. Eran 70 los maquinistas de rojo que se encargaban de mover a la inmensa marioneta por las calles de Santiago, mientras los balcones y las calles estaban tapizadas por espectadores que observaban con asombro.

Mientras la Pequeña realizaba su búsqueda, jugaba, bailaba, comía, se duchaba, se vestía y dormía, y un cuarto de los habitantes de Santiago observaban cada una de las acciones con admiración, acompañando a la niña a buscar a su animal. A pesar de que el acto era infantil, la sorpresa se proyectaba tanto en los más pequeños como en los adultos: debido a su tamaño, todos se sentían como niños

El arte cambia paradigmas y sorprende; sin embargo, lo hace de maneras muy distintas. La obra de Jaar cuestiona, Las Yeguas del Apocalipsis horroriza, Arturo Torres y Jorge Christie visibilizan la intimidad, Tunick libera el cuerpo y Royal de Luxe hace que todos vuelvan a la infancia mirando a la Pequeña Gigante.

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