Mujer

Pasión dividida

El mundo del arte y la panadería se unen para convertirse en uno; dos amores de una artista bohemia, Beatrice Di Girolamo, que llegó a instalarse al Barrio Yungay para hacer de él su nuevo hogar.

Caminando por Huérfanos hacia la calle Libertad, en pleno centro de Santiago, se comienza a sentir ese olor a pan recién salido del horno tan característico de esa esquina en el Barrio Yungay. De fondo se oye música jazz, y a lo lejos se divisa una pequeña panadería de color azul cielo llamada Selvaggio —salvaje en italiano—, especializada en hacer panes de masa madre y pizzas de distintos sabores que atraen a sibaritas de toda la capital.

Son las 10 de la mañana de un jueves y nos recibe su dueña, Beatrice Di Girolamo (49), diseñadora de la Universidad Católica y artista visual. Según sus propias palabras, su trayectoria se ha dado de manera muy orgánica “por cosas de la vida”. Descendiente de familia italiana radicada en Chile debido a la Segunda Guerra Mundial, desde niña se rodeó de gente “power” y trabajadora. Con un padre artista y una madre que ejecutaba todas sus obras, su casa siempre fue una especie de taller donde constantemente itineraban proyectos de gran volumen de los diferentes miembros de la familia. Se crió con eso y lo absorbió todo, teniendo siempre como ejemplo a su mamá. “Los niños son mirones. Lo que tú les muestres aprenderán de eso, tal como me paso a mí. Yo desde chica aprendí de mi mamá, que es seca: una mujer muy femenina que siempre estuvo de rouge y taco aguja, pero con taladro en mano. Son cosas que se me quedaron en el subconsciente y que las replico actualmente”, comenta.

Siendo un talento más de la familia Di Girolamo y con experiencias ligadas ciento por ciento al arte, Beatrice comenzó su carrera artística enamorándose primero de los volúmenes, hasta introducirse cada vez más en el trabajo abstracto con madera. Eso la llevó a buscar un taller para poder realizar su arte, y en el Barrio Yungay encontró un espacio donde ya lleva siete años y que asegura no cambiaría por nada. “Siempre dije: quiero un taller que pueda cerrar con una mampara de metal llena de grafitis, y ojalá que al hacerlo pase un quiltro con tres patas. Mira la estupidez que te estoy diciendo, ¡pero así fue! Vengo a ver el lugar que actualmente es mi taller, abro la mampara llena de grafitis y justo veo a una señora llamando a su perrita “Puki” de tres patas. Fue impactante, y es ahí cuando decidí que este era el lugar”, cuenta riendo. 

Para Beatrice el trabajo en equipo es fundamental. Al ser su arte de materiales pesados, constantemente se rodea de muchos hombres que la han ayudado en sus proyectos e intervenciones urbanas. Confiesa que ha tenido experiencias machistas, pero eso no la ha frenado por una sencilla razón: cuando se entra en una misma pista artística, desaparecen todas las diferencias que existen, ya sean políticas, de clases sociales o de sexo. “Se entra en otra cosa, hay un enganche distinto que hace que el equipo se enamore de algo en común y que el resto no importe. Desaparece el machismo y terminan todos aquellos sesgos que existían, ya que el arte trasciende todo”, recalca.

Cuando el pan se vuelve arte 

El 18 de marzo de 2019 abrió por primera vez la panadería azul cielo en Yungay. Cuando inició, Di Girolamo todavía no residía en el barrio, sino que solo tenía su taller. En esos momentos estaba realizando la muestra “Vestigios: Arqueología de la ciudad”, para Metro de Santiago y recién comenzando el proyecto Selvaggio. Según cuenta, ese período fue complejo, porque implicaba sacar a flote la panadería y, al mismo tiempo, continuar haciendo su intervención urbana para los subterráneos de la ciudad. Sin embargo, fue enriquecedor, porque pudo conectar las dos cosas y darse de que ambas compartían una misma visión: “Arte para todos y todas, desde la gente y con la gente”, comenta Beatrice.

En este pimponeo entre el trabajo con madera y el nuevo mundo de la panadería, Di Girolamo se dio cuenta de que no sabía mucho del oficio panadero como tal. Cuando decidió emprender, sus días comenzaban a las 5:30 haciendo pan, conociendo los distintos pH. que existen y aprendiendo técnicas desde las más simples. “Cuando comencé Selvaggio me di cuenta de que no podía ser la dueña de una panadería sin saber del oficio, por lo que comencé a despertarme muy temprano en las mañanas para amasar y conocer más de este mundo. Ahí dije: “¡Hacer pan es arte! ¡Esto sin duda hay que mostrarlo!”.

Pasando cada vez más tiempo en el Barrio Yungay —en su taller y en Selvaggio—, Beatrice pudo darse cuenta de que las personas que pasaban por su panadería boutique no conocían mucho de lo que ellos creaban. “Decidí contextualizar el pan como una pieza de museo, en exposición y con luces que lo iluminen, para que así cada persona que entre a la panadería se informe de cada cosa que hacemos. Que lo vean todo precioso en vitrina y lleguen a preguntarse: ¿Esto es pan o me están vendiendo una joya?”, dice la artista, refiriéndose a cómo ella pudo, finalmente, mostrar el pan a través de su visión, logrando que Selvaggio y su arte sean una sola cosa. “Es muy lindo, porque en la panadería soy una más, una obrera”, concluye Beatrice, la amiga del barrio que saluda a sus vecinos de una esquina a la otra, que acoge a todos por igual y que humaniza su labor como artista y dueña de una panadería. 

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