Maye Musk: Todas las mujeres que hay en mí
Hay todo un mito literario, y hasta social, en torno al poder terapéutico de las lágrimas, especialmente de las femeninas: desde Andrómaca a Leo Macías, la protagonista de La flor de mi secreto, la ficción ha convetido a las mujeres dolientes en heroínas cuya mirada, después de lavarse en lágrimas, es otra, más tolerante, más comprensiva, más humana... mejor (el mundo, sin embargo, no). Maye Musk, que sabe mucho de lágrimas, pero no en la ficción sino en la vida real, no está de acuerdo. En 1970, se casó con Errol Musk, un ingeniero sudafricano que conoció en la secundaria, y en tres años tuvieron tres hijos: Elon Musk —CEO y presidente de Tesla, el segundo hombre más rico del mundo según la revista Forbes—, Kimbal Musk y Tosca Musk. Mientras estudiaba una maestría en Dietética, que le permitió abrir en casa una consulta como nutricionista, trabajaba los fines de semana como modelo, pero la copa dorada de esa felicidad perfecta, como en la novela de Henry James, escondía una grieta.
En 1979, decidió solicitar el divorcio y se cambió a otra ciudad para escapar del infierno de los malos tratos. En menos de una década, había ganado 20 kilos, que perdió tras la separación, y mucha experiencia en torno al supuesto poder curativo de las lágrimas, que refuta en su libro A Woman Makes a Plan: Advice for a Lifetime of Adventure, Beauty, and Success (Una mujer hace un plan: consejos para una vida de aventuras, belleza y éxito), que en apenas un año se convertido en un best-seller. «No creo que los obstáculos sean necesarios para hacernos crecer, jamás he creído que las sombras en la vida de uno sean buenas», asegura. La felicidad es la luz que más le favorece.
«La moda hoy es creativa y fabulosa; además, se habla más de sostenibilidad y de asegurarse de que las personas, en su mayoría mujeres, reciban un salario justo, estén protegidas y trabajen en un entorno seguro. Me gusta eso», Maye Musk.
"Nunca compartí mis luchas con nadie, hasta que mis hijos me dijeron que tenía que hacerlo en mi libro. Pero no fue fácil. Las mujeres no comparten sus momentos abusivos. Creo que nos enfrentamos a más obstáculos que los hombres, pero esto tiene que cambiar. Las mujeres necesitan hablar", añade. "Mis padres eran canadienses y trataban a sus hijos, ya fuesen mujeres u hombres, por igual. Pero eso no sucede en el mundo; aún queda mucho por hacer. Cuando conté mi vida, no esperaba que llegara a todo el mundo. La razón es que las mujeres quieren y necesitan esperanza. No reciben el mismo trato y esto tiene que cambiar. Las mujeres deben apoyar a las mujeres y los hombres también deben respetarnos. El resultado será una economía mejor y, sobre todo, un mundo más feliz".
A sus 73 años, se acaba de instalar en Nueva York —su biografía está llena de mudanzas— y a una edad en que muchas personas se replantean su vida, ella se enfrenta a un nuevo comienzo, que la divierte y la emociona. "Defenderme y reinventarme nunca ha sido mi plan en la vida. Hubiera sido más fácil permanecer igual. Sin embargo, sucedieron cosas malas y tuve que salir adelante. También he tenido que tomar esa decisión cuando siento que hay una ventaja en mi vida personal y profesional. Empezar de nuevo a los 73 será muy divertido", asegura.
En efecto, ahora, en plena madurez, se enfrenta a un nuevo capítulo que podría titularse Todas las mujeres que hay en mí, ya que a su faceta como modelo (durante más de cinco décadas), nutricionista y madre —"mis hijos siempre han sido mi mayor alegría", confiesa, "a los amigos les preocupaba que cuando se fueran de casa yo me derrumbaría por el síndrome del nido vacío, pero a medida que se mudaron a las universidades tuve más libertad para trabajar y hacer ejercicio; no tuve que preocuparme por si había comida en casa y... ¡aquello me encantó!"—, se suma ahora la de activista como embajadora de la ONG Dress for Success, que ayuda a las mujeres a obtener independencia financiera a través de una red de apoyo.
"Cuando me cambié a Toronto y arrendé un departamento de interés social con mis tres hijos adolescentes, me hubiera encantado que alguien me ayudase. Llevar un abrigo y botas adecuadas en el brutal invierno canadiense habría sido maravilloso, pero lo único que tenía era ropa ligera de mi hermana, que usé hasta que mi negocio se recuperó. En Dress for Success, he escuchado historias que me hacen llorar. Las mujeres tienen que sufrir menos". O nada.