Arte y Cultura

Masticar el chiste corto

En La Movediza, el artista chileno Miguel Soto Karelovic desafía las expectativas de la escultura tradicional en una muestra que explora con humor y formalismo el gran absurdo de la identidad nacional. 

En el texto museal que escribió especialmente para la ocasión, Pedro Peirano describe La Movediza como “el más reciente fracaso exhibitivo” del artista chileno Miguel Soto (1990). Audaz, o más bien desconcertante afirmación, considerando que es la frase que pretende dar la bienvenida a todo aquel que visite la muestra, ubicada en la sala principal de la Galería Patricia Ready, en Santiago, hasta principios de octubre. A pesar de eso, el autor de las cinco obras expuestas concuerda con él: “Yo tengo el problema opuesto de otros artistas: mi proceso y lo que me interesa contiene mucho humor, pero los resultados visuales caen dentro de formalismos o asuntos más escultóricos. Yo trato de tener humor en mi trabajo… Por eso Pedro me dice, ‘Miguel, uno va a una exposición tuya y es de una frialdad absoluta’”, cuenta riendo. “Sigo en la hazaña de combinar esos dos aspectos de alguna manera”.

Sin embargo, recurrir a la obra de Soto –quien cuenta con un magíster en Escultura del Royal College of Art en Londres– en busca de piezas clásicas o formales desembocaría inevitablemente en decepción o, a lo menos, extrañeza: su trabajo dista bastante del imaginario de la escultura tradicional. 

En La Movediza, todas las obras se mueven o tienen el potencial de hacerlo. Como una “alegoría de lo inestable”, la composición de la sala resulta en una “coreografía torpe de imágenes y objetos descoordinados”, como él mismo lo define: un banquito de madera cuyo asiento motorizado gira haciendo ochos en el aire; una gran culebra de madera raulí, como esos juguetes que suelen encontrarse en las ferias artesanales del país; un quitasol invertido y cubierto de coirón, como si se tratara de insertos de pelo, y, quizás lo más curioso de la sala, un video animado del mismo artista bailando sau sau, baile típico de Rapanui, a través de un intrincado proceso de motion capture en 3D. La obra, por lo demás, se titula Hips Don’t Lie, como la canción de Shakira. En fin, “un vaivén de significantes que no terminan por cerrar del todo”, dice Soto a modo de explicación.

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Fotografías por Felipe Ugalde.

Lo cierto es que la muestra posee una delicada y seductora coherencia que, si bien no es evidente a primera vista, sí aparece al inmergirse en su narrativa: cuán frágil y absurda resulta la identidad nacional, y cómo nos afecta a nosotros, chilenos y chilenas, que habitamos ese contexto fabricado. “Chile ha hecho un esfuerzo histórico por desvincular su imagen de la figura de lo cálido o tropical, entendidos como sinónimos de subdesarrollo, de país bananero”, señala. “Yo voy agarrando distintas anécdotas y cosas que me van interesando a partir de mi propia experiencia para referir a problemas que son más grandes y que puedan apelar a otras personas”. A través de ese proceso –el cual Peirano burlonamente llama “masticar el chiste corto”–, Soto transforma historias personales y relatos aislados en un retrato colectivo, uno con recuerdos que, de una forma u otra, nos involucran a todos. 

Así, La Movediza reúne la figura de la palma chilena, considerada como la más fea de todas por el mismísimo Charles Darwin, con el coirón, especie fría de pasto originario de la Patagonia que, por alguna razón, suele utilizarse en el Litoral Central para decorar los quitasoles de las playas, donde el sol lo seca hasta transformarlo en hebras tiesas, pajosas y oxidadas. Los incontables paraguas que vio rotos por el viento tanto en Londres como en Punta Arenas, de donde proviene su familia, sirven ahora para referir sutilmente a su propia identidad queer, citando la expresión local “se le da vuelta el paraguas”. Lo mismo ocurre con la serpiente de madera, juguete que, en realidad, no representa nada para la cultura chilena más que ser un objeto de fácil reproducción y venta, y que además no tiene ningún sentido naturalista: en Chile, las únicas serpientes endémicas son las de cola larga y cola corta, lo que parece una broma en sí misma. ¿Dónde empieza el cuerpo? ¿Dónde termina la cola? Con el video de baile pascuense, Soto fija la atención en cuán ridículo es que en los colegios se continúe haciendo parte del repertorio de las festividades dado el nulo sentido de pertenencia que siente la Isla de Pascua con el Chile continental, y viceversa. Eso no evitó, sin embargo, que el artista tomara clases particulares para aprender y estudiar el sau sau al momento de ejecutar la obra. 

 

“Una profesora una vez me dijo que ella creía que la escultura tenía que ver con cómo las estructuras se paran o con hacer que se sostengan. Después una amiga me dijo que no, que según ella es al revés, se trata de entender cómo se caen”, cuenta. En La Movediza, Soto pareciera armar y desarticular sus obras, sus significados y a sí mismo, a voluntad. “Me ha empezado a encantar cuando todo colapsa”, concluye.  

“La Movediza”, Miguel Soto Karelovic
4 de septiembre - 2 de octubre
Galería Patricia Ready

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