De amor y otros cuerpos que estallan
En un ejercicio público de vulnerabilidad y exorcismo, el artista Nicolás Astorga nos invita a ser testigos de sus momentos más íntimos y oscuros con una honestidad desarmante en Nunca seré más joven que ese día, exposición abierta hasta el 17 de noviembre en el Museo de Arte Contemporáneo MAC.
Lo primero que uno descubre al adentrarse en el trabajo de Nicolás Astorga (1990) es lo mismo que genera el conocerlo en persona: que las apariencias engañan.
La obra central de Nunca seré más joven que ese día –su exposición actual en el MAC del Parque Forestal, abierta hasta el 17 de noviembre– consiste en un enorme bordado de seis metros que tardó dos años en finalizarse, y que cuelga del techo como si se tratara de un diario de vida abierto de par en par. Y es que, a la base, eso es: con caligrafía y trazos que simulan el pulso de una mano sobre el papel, la pieza está compuesta por textos, frases y dibujos sacados directamente de los apuntes personales que Astorga anotaba tras cada sesión durante sus primeros años de psicoanálisis.
De lejos, el paisaje que pinta es caótico y tosco; se siente infranqueable. De cerca, en cambio, la lectura se abre, indefensa.
– A fines de 2020 tuve una crisis de pánico y problemas de salud mental, así que empecé a ir a terapia. Esto es una explosión de todo eso.
– ¿Hiciste un bosquejo antes de partir bordando?
– Comencé con la imagen del cuerpo, que es un autoretrato que me hizo hacer mi psicoanalista, y los narcisos. Pero entremedio la cosa se fue rellenando de palabras, como un mural o un pizarrón: mis fantasías, lo que él interpretaba de ellas, frases que ocurren entremedio, cosas que me dijo mi ex pareja o que yo le dije a él, mensajes de texto… Lo que fue en inglés está en inglés, alemán en alemán, español en español. De hecho, hay algunas frases bordadas con un alemán medio precario.
– Qué ejercicio más tortuoso. Hay muchas cosas que uno escribe sabiendo que siempre puede sacar la página y botarla. Acá tú lo haces material, y más encima el proceso de bordarlo te da mucho tiempo para reflexionar sobre lo que estás escribiendo…
– Es como atesorar recuerdos violentos, atesorar todas esas heridas, atesorar el dolor. Volverlo perpetuo. Las ideas se van rápido, si uno las escribe tienen otra temporalidad. Y ya al bordarlas se vuelven eternas.
– ¿Es un acto medio masoquista?
– A través del acto de dejarlo en un bordado también me deshago de eso. Y queda, queda atrapado en estos objetos, estos gestos escultóricos.
Radicado en Berlín desde hace años, tanto artista como obra poseen un aspecto rebelde, suavemente anárquico, punk. En las piezas escritas, las múltiples voces presentes pueden resultar abrumadoras si no se les escucha con atención. Más allá del estilo salvaje de sus palabras, la ortografía intencionalmente imperfecta y un vocabulario que bordea lo obsceno, Astorga ejerce un acto de vulnerabilidad radical y confiesa a gritos sus deseos de conexión, afecto y pertenencia. Mensajes como “EVERYTIME YOU COME INSIDE ME I HOPE I BECOME PREGNANT” son ejemplos de su prosa íntima: brusca, quizás, pero sensible. Cursi, hasta.
- Con Celine Fercovic, la curadora, estas obras las venimos masticando hace mucho rato. Tiene esa cosa media épica, “Penelopesca”.
- Como de viaje épico.
- Como un viaje muy largo y extremadamente emocional. Cada obra responde un poco a distintos hitos. Empezaron a ocurrir todas estas figuras que hablan sobre la necesidad del amor, la búsqueda del amor, el fracaso del amor… Y la exposición justo terminó ocurriendo en este momento, en que me estoy separando de mi marido.
Al igual que cada puntada de la aguja en los textiles, el resto de la muestra también está hecho a mano. Las esculturas –medio humanas, medio monstruosas; medio adultas, medio lactantes– están fabricadas de madera y talladas con motosierra, para luego ser colocadas sobre delicados colchones para bebé de un tinte rosado pálido.
– Con mi ex siempre tuvimos estas ganas de tener guagua, y estábamos viendo adopción, vientres de alquiler… Nos separamos y yo en toda esa desesperación hice estas esculturas que pueden significar muchas cosas pero, para mí, son todos esos hijos que nunca vamos a tener.
Incluso sin conocer la anécdota exacta de donde surge cada instalación, el contraste entre “lo duro y lo blando, lo tierno y lo agresivo” –como señala el texto curatorial de Celine Fercovic– resulta sorpresivamente desgarrador. Los cuerpos de Astorga, terribles y desfigurados, nos recuerdan a nosotros mismos: a veces abrazados, enaltecidos y envueltos en cobijo; otras, en el suelo, desprotegidos y desconsolados, aferrándonos desesperadamente a cosas que, hace rato, deberíamos haber dejado ir.
“Después de estallar en ira o llantos, el mismo cuerpo puede ser entendido y transformarse en ese artefacto detonante, en un arma de fuego hechiza que acciona y reacciona sin cálculo exacto. Después de estallar, toca recoger los pedazos. ¿Qué pasó? No siempre queda claro”, escribe la curadora. Para Astorga, hablar del origen de sus piezas significa terminar, inevitablemente, relatando algún episodio específico de su vida personal: discusiones con ex amantes, infidelidades traumáticas, conversaciones con amigos procurando encontrarle un sentido a todo.
De la misma manera, el artista también se hace cargo del legado de sus padres y abuelos, apropiándose de su historia tanto política como íntima. Más allá de ciertos guiños a la iconografía comunista de las organizaciones donde militaban o el uso de color rojo, Astorga trae a su presente, y de manera tangible, esas anécdotas familiares que incluso aunque no nos involucren directamente, cargamos dentro como si las hubiésemos experimentado en carne propia. Como cualquier persona con experiencia en terapia concordará, pareciera ser ineludible que largos períodos de introspección desemboquen, tarde o temprano, en la propia familia.
– Mi abuelo se fue exiliado a Finlandia y después se fue a vivir a Mozambique, en África, que está pegado a un país que se llama Zimbabwe. Antes se llamaba Rodesia y se encontraba en una guerra civil. En una de las visitas que le hizo mi papá a mi abuelo, hubo un bombardeo al campo de refugiados rodesianos en Mozambique, así que fueron a donar sangre. Cuando llegaron, encontraron un hoyo de una de las bombas que acababan de estallar; mi papá se metió y encontró un pedazo de metal. Lo recogió y lo hemos guardado por años… Ahora, esa esquirla la escanee e imprimí en 3D, pero aumentado en escala.
– También, haciéndolo palpable.
– Visualmente tiene esta cosa explosiva, expresionista, que de alguna manera se parece a las esculturas. Como dice el texto de la exposición, me recuerda que mi cuerpo, mis emociones y mis objetos pueden funcionar como artefactos explosivos.
Por otra parte, MI CORAZÓN HECHO PEDAZOS consiste en una especie de cálculo amoroso, como un tumor sólido, doloroso de expulsar.
– Mi abuelo guardó todas las cartas de su relación con mi abuela, que finalmente no funcionó: se divorciaron antes de que se fuera exiliado a Finlandia. Me pasó un montón de cajas con ellas, y decidí que lo que me interesaba era fosilizar esa relación y dar cuenta de su fracaso. Hice esta piedra de papel maché, con las cartas originales, de todo su romance antes del exilio. Todas las cartas son entre 1950 y 1960, y aún se leen algunas frases… Se nota que son cartas de amor.
– Eres un romántico, lo acuso.
– Absolutamente.
– ¿Siempre has escrito?
– Sí.
– ¿Cómo te defines?
– ¿Bordador? Escultor. Encontraría un poco barsa decir “escritor”. Pero hago diarios de vida desde hace años, y tengo una colección muy grande. Con Celine pensamos esta muestra como la celebración de mis diez primeros años de escritos, porque cuando cabro chico los quemé. Súper hueón.
– Todas las personas que conozco en algún momento han quemado sus diarios de vida. Por eso me sorprende que ahora bordes: es el acto radicalmente opuesto.
– De los 13 a los 18 años hice diarios de vida. Los quemé, me arrepentí después. Y entrando a la universidad empecé de nuevo, pero más “profesionalmente”.
– ¿Forma parte de tu proceso artístico?
– No, retomé escribir porque me vino la crisis de pánico y estaba hecho mierda. Lo necesitaba. No sé si has pasado por algo por el estilo, pero cuando te da una crisis así como que se abre una puerta que es muy difícil cerrar. Uno abre la puerta de la angustia y la ansiedad, y cerrarla es demasiado difícil. La creación de todas estas obras es una forma de lidiar con eso, de mantener cierto criterio o control de la realidad.
Como dice Fercovic, “Quién sabe si recoger y exponer fragmentos vinculados con episodios íntimos pueda o no salvar a alguien de ser su propia fórmula explosiva. Aquí hay un intento”.
– Tu trabajo es muy literalmente autobiográfico. No puedes hablar de las obras sin hablar de ti, del momento, de tu historia.
– En México [mientras cursaba estudios en SOMA por dos años] hice mucho trabajo más performático, de autoficción, de interpretar personajes, de tratar la intimidad de los otros. Y en un momento me sentí profundamente cínico, y sentí urgencia por hacer un arte que fuese confesional, que pudiera exorcizar emociones, sentimientos, impresiones, relaciones y tal. Pensé, “¿Me interesa realmente hablar de los demás o me interesa hablar de mí?”. La gente antes se quedaba en la provocación, en la polémica, y nunca me sentí cómodo con eso. Lo que me interesa es crear un espacio emotivo donde el otro pueda sentirse conectado e identificado, donde podamos conectar. Mi obra es literal, es evidente, el texto es explícito, no hay mucho por dónde perderse. Esto me pasa a mí, así me hago cargo de mis emociones y mi salud mental. Mi objetivo es comunicarlo para generar empatía; no es reflexionar sobre problemáticas del arte solamente, sino sobre la vida, las relaciones, las anécdotas. Yo creo que muchas veces hace falta honestidad y de-cinismo. Confesar.
– Tu arte contrasta quizás con lo que uno conoce de arte gay, muy Berlín, de una corporalidad más violenta.
– Muchas veces el arte queer o de hombre homosexual es súper al choque, hipersexuado, súper gráfico, penetrativo. Y hay algunos que me interesan, así como Robert Mapplethorpe, pero a mí hay otras formas de emocionalidad que me interesa explotar más. Hay ciertas formas de la emocionalidad gay y formas de masculinidad que no están tan exploradas en el arte. Artistas que trabajen desde un lugar súper sensible, emocional y vulnerable. Eso me interesa mostrar en mis exposiciones, mostrar aspectos que son súper duros y otros que son súper blandos.
– Literalmente tallas figuras con motosierras y después las pones en colchones.
– Y están abrazadas: me gusta darles ese amor, ese cariño. Ese espacio de contención que uno busca en una sesión de psicoterapia o en una relación. Me interesa que en mis textos esté lo más explícito y literal, pero que mi escultura sea más sutil, más tierna, más simbólica. Hay gestos que pueden dar cuenta de una emoción, de algo que está clavado, que está herido. La gente no hace eso: termina con su pareja, se cortan el pelo, se tiñen, “me veo la raja. Here i am”. ¡Y no! ¡Y no! ¡Y no! Es una herida, una grieta que toma demasiado tiempo cerrar, y yo la exhibo: exhibo esa sombra. Yo a esta sala no vengo solo, vengo yo y mi sombra. No la escondo. Y eso es lo que me interesa que el público se lleve de la muestra: esa sensación de “y yo, ¿qué estoy haciendo con mi sombra? ¿Qué estoy haciendo con mi herida?”. Si yo voy a una exposición y veo a un hueón que te confiesa todo esto y te lo muestra tan así, ¿qué pasa conmigo?
– Te dan ganas de hacer lo mismo.