Cuando perderse en ganar
La artista visual Juana Gómez adelanta los ejes que tendrá su próxima exposición en la galería NAC. A la fotografía, el bordado y el textil sumará tejido y cerámica. Una vez más es la vida humana, su conexión con la naturaleza, la muerte y la sed de sobrevivencia lo que la ocupan y obsesiona.
A fines de febrero de 2020 un gigantesco incendio forestal afectó al sector precordillerano de las Sierras de Bellavista en la comuna de San Fernando. Un poblado que pocos o nadie conoce, y que cada cierto tiempo, en verano, hace noticia por los incendios de sus paisajes preciosos. Una localidad minúscula a la que varias décadas atrás llegaron inmigrantes italianos y judíos, y donde hoy no hay más de trescientas casas, dos almacenes, una cancha de futbolito, otra de golf, mucho verde, un lago y un aspecto alpino como de Heidi y el abuelo. Ese fue el refugio de la artista visual Juana Gómez durante los primeros doce meses de pandemia. El destino de veraneo se transformó en hogar, taller y jardín para ella, su marido y su hija de 10 años; el escenario cotidiano de los paseos con sus perritas. También fue el pie forzado para “bajarse del pony”, como dice, bajar las revoluciones desde que en 2015 mostró sus primeros trabajos de fotografía, textiles bordados, con exposiciones dentro y fuera de Chile, venta, prensa especializada extranjera destacando su nombre. El espacio en mute para meterse hacia dentro y pensar qué nuevo capítulo tejer en su decisión de dedicarse al arte. “Necesitaba tiempo, pero estaba la fuerza de la inercia, y el estallido y la pandemia me dieron ese tiempo, la obligación de detenerme y ver desde donde emerge lo nuevo”, explica.
Juana Gómez, bordadora, fotógrafa, ceramista, mujer bajita y con cara de niña y con una mente lúcida y profunda encontró buena parte de lo que viene para ella en la devastación del bosque quemado. “Agarré un caballo y fui a tomar fotos de cómo estaba el bosque”, cuenta sentada en su pequeño taller, en un rincón del jardín trasero de la galería NAC, en Vespucio Norte. Allí no solo prepara su próxima muestra para fines de este año o principios del próximo. También imparte talleres de cerámica y textil y fotografía, “clases bien acotadas para que me alcance la plata para la terapia y pagar este espacio”.
La conversación parte con una advertencia. “Voy a tratar de no ser tan dispersa, porque las preguntas se responden con ideas que estoy desarrollando”, dice.
L’OFFICIEL: Partamos por algo muy sencillo, pero fundamental en tu cotidianidad: los dos perros que te acompañan a todos lados.
JUANA GÓMEZ: La blanca, la más chica, es la Cali, mi primera perra de la vida. En nepalés es la diosa Cali y significa negra, asunto que supe después. La Pina se llama así en honor a la Pina Bausch. Me la regaló Mónica Bravo, una amiga mayor, una gran maestra textil que es como una abuela. Mis perros son mi máxima felicidad. Son una parte demasiado importante para mí y voy con ellas a todas partes. En este tiempo de pandemia han sido especialmente importantes. Un ansiolítico natural.
LO: ¿Cómo fue esa estadía en la precordillera?
JG: Fue una decisión que tomamos con el Benja (su marido). Él es asmático, con el estallido Chile se había bajado de la Feria Arcos, donde Sergio Larraín y yo éramos los artistas representantes, y con la pandemia en camino a llegar a Chile, y que ya había explotado en Europa, tomamos la determinación. Fue hermoso habitar un espacio que conocíamos bien en verano, pero nunca habíamos estado en invierno. Un invierno completo y muy lluvioso. Fue estar al ritmo de la naturaleza: levantarse temprano, calentarnos con leña, caminar, caminar y caminar con mis perras, ver el crecimiento de los hongos, de las plantas, tomar fotos de musgos que comenzaron a crecer en la primavera y empezar a investigarlos. Ver cómo tras el incendio la vida se resiste a morir. Volver a Santiago fue un shock.
Doce meses de pausa de la ciudad y sus demandas, con homeschooling de su hija Julieta y el trabajo a distancia de su marido, el periodista de la FAO y escritor Benjamín Labatut (publicado por Anagrama y en la lista corta del Premio Booker Internacional de 2021) es una de las muchas otras pausas que se detectan en la trayectoria vital de Juana Gómez. El 17 de octubre de 2019 inauguró su primera exposición en NAC bajo la dirección de Nicole Andreu y tras su separación de la galerista Isabel Croxatto. Una determinación, que cuenta, tomó porque necesitaba otro ritmo de trabajo, menos frenético. Con Andreu en Chile, y con la representación en Londres de Michael Hoppen Gallery, Juana Gómez prepara sin apuros su próxima muestra, en que a la fotografía y bordados sobre textiles se sumará el tejido, la cerámica y una nueva reflexión sobre la naturaleza, la vida y la muerte, sus obsesiones a estas alturas.
“Estoy trabajando en cómo unir el textil y la cerámica. Tienen varias cosas que las unen, pero me quedo con dos. Ambas emergen de la tierra. La cerámica es tierra y proporciones de minerales que dan cierta estructura a esa pasta que, a través del torno y del fuego, la puedas transformar en otra cosa. Por otro lado, el textil viene de las fibras que emergen de la tierra. Al hilar, hilas con un giro, con un movimiento. Pasa lo mismo con el torno. Y comienzas a construir un relato con el giro. El giro tiene una cosa muy simbólica, porque las personas vivimos dentro de ciclos y giros. Los antiguos ya eran conscientes de que los ciclos en que estamos inmersos se conectan con los giros del universo. Así nacen los calendarios siderales, los mapas de algunos astros, o estructuras de cuándo sembrar y cosechar. Y ambas, cerámica y textil, son muy constitutivas del ser humano. Está en la Biblia la relación de crear al hombre desde el barro y está el textil para vestir la desnudez”.
Juana Gómez cuenta que “sentí la necesidad de hacer vasijas que contengan vida. Estoy haciendo en cerámica negra vasijas impermeables que puedan contener agua y cultivar en ellas. En noviembre voy a esquilar e hilar y con esos textiles voy a extraer el agua y transportarla a otros lugares como si fuesen raíces. También haré una instalación con hongos, otra de bordados. Tiene que ver con mi necesidad de seguir ahondando en la tierra”. Juana, que viene hace años fijando su atención en la biología, en la anatomía y en la ecología para establecer relaciones con los oficios que maneja y el arte que desarrolla, agrega que entre hilado y ADN también se establecen metáforas y relaciones que la sorprenden. “Benja me mandó el código genético del Covid-19; cuatro letras ordenadas de una determinada manera. Cuando lo vi casi me caigo de espalda porque era lo mismo que estaba desarrollando en el bordado y lo mismo que se desarrolla en el textil. El arte textil incaico tiene las mismas estructuras. La estructura genética es igual a cómo se teje en el textil”.
LO: Estás investigando y trabajando la representación del liquen.
JG: Sí. Es un ser simbiótico que nace de la unión de un alga, una bacteria y un hongo. Sus sustratos son muy precarios: una roca o la corteza de un árbol. Crecen en condiciones muy adversas. Me gustó, además de los colores, su capacidad de transformarse en algo nuevo para contener la vida. Como las malezas, son capaces de retener agua y ayudar a las plantas.
LO: Me decías hace unos días que “dedicarse al arte era enloquecer un poco”. ¿Cómo es eso?
JG: Es como la imagen de Alicia persiguiendo al conejo y metiéndose en esta cueva para meterse a un mundo en donde todo está patas para arriba, donde las lógicas no son las del mundo que ella conoce, donde todo parece algo onírico y fantástico. Hago mucha terapia para ir desentrañando este relato que se comienza a construir desde uno mismo. Hay algo en el exterior, pero también en el interior, en el subconsciente. Y al poder entender que hay señales que se empiezan a aparecer y a conectar, comienzas a irte muy para adentro o a desconectarte aún más del hacer clásico del ir, trabajar, pagar las cuentas. Ya el trabajar en arte te desconecta de esa ritualidad del trabajo estandarizado. Es distinto nunca haber estado en ese ritmo estandarizado que haberse salido de ahí, como en mi caso. Eres más consciente de esa no estructura, esa no lógica de producción. Hay que romper con esa lógica y meterse en esta locura para trabajar en arte. Y, al mismo tiempo, hay que saber enrielar o no sirve de nada si no sabes concretar. También puedes chif larte trabajando y luego darte cuenta de que no resultó y pasar a lo siguiente. Esa zona es muy delicada. Solo uno sabe. También me parece que es un camino algo taoísta: entre más voy perdiendo, entre más me voy perdiendo, más voy ganando.
Juana Gómez no se llama Juana Gómez. Se llama Francisca. Juana es el nombre que adoptó tras tomar la determinación de dejar de trabajar como diseñadora, primero en revista Paula y luego en Noise Media. Antes de Juana, durante una estadía en Barcelona, fue “Fran Bío” y después de eso fue solo “Bío”.
LO: Pareciera que renaces junto a cada nuevo nombre. ¿Hay algo de eso?
JG: Para mis nombres tienen que ver con los proyectos. Juana fue de iniciar mi camino en el arte con una madurez y una espiritualidad que antes no había desarrollado. Fue también comenzar a trabajar conmigo misma, con mi imagen, con mi cuerpo. Quise erradicar la marca de un nombre como Francisca y partir nuevamente con Juana. Con Benja vimos el documental de Nina Simone y ella, para poder hacer la música que quería hacer, no la clásica que se esperaba de ella, se puso “Nina” para que no la descubrieran. Creo que en mi caso fue algo parecido. Mi mamá es servidora de la eucaristía, es profesora de catequesis y borda las estolas. Cuando yo estudiaba Arte siempre me advirtió que por ningún motivo posara desnuda. Tal vez, en mi trabajo, podría haber elegido a una modelo, pero también sentía que ya en esa elección suponía una arbitrariedad. Esos cambios de nombre tienen que ver también con que creo que uno puede ser muchas personas en una misma vida y porque si un día hago una cosa tal vez otro día también puedo hacer otra. Me interesa ser consciente de esa posibilidad de libertad y no ser yo quien se limite.
LO: ¿Estás trabajando con tu mamá?
JG: Con mi mamá estoy trabajando hace tiempo. Es mi partner de bordado y ella sabe tejer mucho mejor que yo. Para esta nueva exposición quiero hacer cosas tejidas, entonces yo voy armando ideas y ella me ayuda a traducirlas a nivel de tejido. Estoy trabajando con el punto cruz. Hay software que pasa todas las imágenes a punto cruz, entonces este programa te da que cada código es un color. Y ese código es un abecedario, pero en vez de tener letras, tiene un punto. Estoy representando en el textil paisajes que se están quemando, líquenes, cosas que están pasando en la naturaleza.
LO: Antes de que te fuera bien como artista, ¿tuviste miedo de que te fuera mal, de lanzarte al vacío y fracasar?
JG: Lo hablaba con mi psicólogo: me daba miedo que me fuera bien. Más miedo de que me fuera mal. Me daba terror. He hecho el ejercicio de salirme de mi propia cabeza, de mis propias formas de ser y de pensar. He confiado en el instinto o en lo intuitivo.
LO: “Desprogramarse”, decía Claudia Donoso que del periodismo y la escritura transitó hacia el collage. ¿Cómo se hace?
JG: De partida me pasó algo muy bonito, una amiga me recomendó que fuera a ver a Gonzalo Pérez (psicólogo, astrólogo y terapeuta). Fue una conversación tremenda. Me dijo que tenía que trasladar al arte lo que yo vivía en la cordillera. De hecho, antes de hablar contigo me metí a su página web para ver si lograba actualizar la lectura de todo lo que él me dijo en esa conversación y fue muy heavy, porque todo lo que he ido desarrollando tiene que ver con lo que he vivido en Las Sierras. Yo también viví en el sur y él en mi carta astral veía paisajes y me dijo “veo los árboles en que tú te subías”. De hecho, me sigo subiendo arriba de los árboles. En esa conversación hablamos de mi conectar con mi cuerpo femenino más que mi feminidad y eso también fue fuerte, porque en esa época yo estaba bordando mis órganos, mi útero, conectando con la matriz. Me di cuenta de que como mujeres no es muy amorosa la relación que tenemos con los ovarios, en el sentido de que no los vemos, solo sabemos que están cuando nos duelen y sangramos. Pero creo que son el primer hogar. Son la primera casa universal del ser humano.
LO: Has mencionado varias veces a Benjamín en esta conversación. ¿Cómo es tu relación con él?
JG: Era el mejor amigo de una amiga y nunca había hablado con él, aunque éramos del mismo grupo. La primera vez que salimos, tipo cita, nunca más pudimos parar de hablar. Fue como un vómito de ideas, alguien con quien poder conectar mis ideas y él me las profundizaba de vuelta y eso me voló la cabeza. Nuestra relación desde un inicio se transformó en un desarrollo de ideas. En ese momento yo no estaba el arte, estaba muy desencantada, y él estaba con su literatura. Yo no me sentía el mejor apoyo por mi propio desencanto. Él fue de las personas que me empujó a retomar. Una vez adentro, él es mi primer cortafuegos de ideas. Discutimos mucho sobre mi trabajo. Él escribe sobre temas de ciencia y me comparte esa información. Me parece que es un intercambio mutuo. A cada uno le interesa lo que hace el otro. Él escucha mucho lo que yo le digo sobre sus textos y le digo que yo no soy ni editora ni literata, pero sabe que yo hablo desde lo que me suena bien o suena mal. Desde esa sinceridad me escucha.