Arte y Cultura

Claudia Bitrán, sin límites

La artista chilena está aquí para poner de cabeza al mundo del arte mundial. Desde Nueva York, humor, tecnología y cultura popular confluyen en una carrera tan provocadora como aclamada por el público. 

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"Titanic, a deep emotion" en Matucana 100.

Claudia Bitrán (1986) llega a la entrevista con las manos cubiertas de pintura. Las manchas se ven permanentes sobre su piel, difíciles de sacar. Es curioso: así, a la distancia, desde la Universidad de Sarah Lawrence en Nueva York, donde hace clases, se ve como una artista joven pero bastante tradicional. Nada fuera de lo común. A simple vista no parece ser el tipo de persona con una carrera que gira en torno a, por ejemplo, la película Titanic, Britney Spears, clips virales de gente borracha en internet, o videos musicales autogestionados para canciones románticas de antaño. 

Con un cuerpo de trabajo tan formalmente diverso –el cual abarca esculturas, proyectos audiovisuales, dibujos, animaciones, hasta plastilina y materiales de desecho–, sería fácil reducir la obra de Bitrán a una amalgama de productos aparentemente inconexos acerca de la cultura pop. Pero estarías perdiéndote de mucho. “¿Se trata realmente de cultura popular? ¿O se trata de otras cosas?”, se cuestiona ella misma. “Últimamente me he ido haciendo esas preguntas. Y creo que, más que el espectáculo mismo, se trata de la persona que lo está consumiendo, del lado de la persona que es más anónima”. Y añade: “Es un poco más dark y más profundo”. 

Claudia Bitrán como Rose en "Titanic, a deep emotion". Foto por Sebastián Utreras.

Posibilidades infinitas

Pintura, dibujo, performance y videos: siempre supo que se dedicaría a esas cuatro disciplinas. Desde sus inicios en la Pontificia Universidad Católica de Chile y, más tarde, en Rhode Island School of Design, se dedicó a estudiar lo primero. “Pienso como pintora y dibujante”, explica. “Me interesa mucho que la gente pueda mirar una superficie 2D, en la que no hay nada, pero hay todo. Un papel puede ser contenedor de demasiadas cosas importantes, lo mismo que la tela”. 

Sin embargo, nunca se limitó a un solo formato, y mucho menos a los más habituales. Amante del baile y el karaoke, descubrió el arte de hacer videos como si se tratara de un juego. En 2009 –ella misma se ríe al recordarlo–, a modo de distracción, tras largas horas pintando en el taller que compartía con el artista y amigo José Pedro Godoy, comenzaron a realizar sus propios videos musicales para famosos temas de romance latinoamericano. Bajo el nombre Diosa Tropical, aquellos rudimentarios montajes que no han sido eliminados de YouTube por derechos de autor figuran en el currículum de Bitrán como si se tratara de una obra más en su carrera artística, pues fueron, según ella misma, el punto de partida de su trabajo audiovisual. “El video, primero que nada, es una herramienta para poder actuar de forma libre. Al yo poder tener control de la edición, me deja actuar bacán”, señala. “Pero lo que más me gusta es todo lo infinito que puede llegar a ser, la no continuidad. La infinita posibilidad de armar metáforas. Editar, para mí, poner una escena al lado de la otra, es escribir algo súper complejo, más encima si lo haces considerando que quieres guardar la atención de alguien por todo ese rato”.

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Britney, 2021. Óleo sobre tela, 43 x 36cm.

La mezcla de espectáculo y humor es lo que resulta más provocador de Bitrán. A pesar de contar con numerosas residencias artísticas, galardones y exposiciones internacionales en su biografía –incluida la Beca Guggenheim 2023–, sus procesos y sujetos son… poco convencionales, por decir lo menos. En 2011 asistió al programa Mi nombre es para imitar a Britney Spears en televisión abierta, transformándose en la doble oficial de la estrella estadounidense en Chile. A pesar de las burlas y las críticas que recibió en su momento, Bitrán entendía que su presentación era apenas un elemento de performance dentro de un proyecto más grande, con una serie de pinturas, retratos, collages y animaciones dedicados a la cantante a lo largo de los años. 

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Incomprendida por unos, aclamada por otros, Bitrán confía mucho en su intuición. Este año en Matucana 100, uno de sus proyectos más ambiciosos y, quizás, el más representativo de su ideario artístico, fue finalmente completado tras una década de trabajo: Titanic, a deep emotion es un esfuerzo colectivo donde la artista recreó, cuadro por cuadro, la icónica película de 1997 con pinturas, animaciones, coreografías y actuaciones con más de 800 voluntarios de todo el mundo. Aunque el propósito nunca fue reemplazar la cinta original, Bitrán pudo comprobar que las personas que visitaban la exposición no se quedaban a verla por cinco minutos, sino que “la gente se quedaba pegada la hora y veinte completa”, señala la creadora y Rose titular.

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Titanic, a deep emotion.

Y es que, al contrario de lo que buscan las películas de Hollywood –que, admite, le encantan–, en la obra de Bitrán el medio no es invisible; el medio lo es todo. En exhibiciones como Fallen (2019), Frenzy (2020) y Be Drunk (2020-21), videos que suelen consumirse de forma masiva y superficial en Internet cobran peso y se transforman en animaciones stop motion donde la artista expande el tiempo y pinta cada uno de los segundos en que estas figuras desconocidas se encuentran en diversos estados de ebriedad. 

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CLAUDIA BITRÁN: Mucha gente me pregunta como, “oye, ya poh, qué onda Britney hoy día, tú cachái caleta de ella”. O también la típica pregunta “¿por qué Titanic?”. Y es como, ¿sabes qué? Por qué no. Todos los trabajos que he hecho sobre Britney han sido desde una perspectiva de fan, tratando de imitarla, mirándola desde lejos, coleccionista de su merchandising. Titanic se trató de cómo hacer que un espectáculo popular tan, tan, tan tocado y manoseado, vuelva a ser humano. Parto de espectáculos que son ultra, megaconsumidos, pero los estoy tratando de transformar en otra cosa, que no sea entretención de nuevo, pero que tampoco sea la idea pura del arte. No tiene que ver con ese objeto tanto como tiene que ver con todas las consecuencias del objeto.

¿Es tu trabajo algo que debas estar defendiendo constantemente? 

Creo que mi trabajo tiene mucho que ver con cuestionar qué es lo que es arte en el mundo del arte, o qué vale la pena mirar según el mundo del arte. Algo que trata sobre la cultura popular o mainstream o de alto consumo, tiene que ser muy específico o muy reductivo o pasado por un cedazo de minimalismo para que sea atractivo para un mundo intelectual, artístico, académico. Tengo que pensar mucho antes de hacer una obra, porque en cualquier cosita que me caiga formalmente la pieza se da vuelta y cae en lo banal, en lo tonto, lo obvio, lo straight forward, en el one liner. Me gustan las cuestiones que se ven simples y que se ven directas, pero que no se sabe muy bien cómo llegaste a eso, que son como misteriosas. 

Más allá del paraguas de “cultura pop”, ¿sientes que tienes un sello o temática recurrente?

Lo que tienen en común todas mis figuras es que están pasando por un momento de emoción súper profunda. Y a mí me mueve harto eso, me encanta poder congelar un momento de emoción vulnerable porque lo encuentro sinceramente muy bonito; en pintura, congelar algo así y detener el tiempo. Pero al mismo tiempo me da un poco de risa: es como entre lo divertido y lo patético, lo triste y lo horroroso. No es solo crítica, también me encanta esto. 

Hay una clara veta humorística en tu trabajo, ¿pero qué es lo que te da risa de la emoción de tu sujeto, de tu figura? 

Me da risa porque al final uno se aleja del mundo o se echa para atrás con la cámara, y te ves tan chico sintiendo tanta cosa desde adentro… Eso me da risa, me da risa la perspectiva. Y me da mucha risa pillarme en el cine llorando. O de repente pillarme enamorada. Como “wow, estoy sintiendo, y todos sentimos”. Miremos qué es un sentimiento, cómo se manipulan los sentimientos, cómo se puede dar un mensaje político a través del sentimiento, cómo se puede cambiar el sentido de un chiste por cambiarle el largo… Me interesa la dialéctica del sentimiento. 

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