Arte y Cultura

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Esto es lo que más nos gusta de diciembre. Parar, mirar atrás y ver las proezas de las que fuimos testigos. Si no nos dimos cuenta en el momento, esta es la ocasión para detenerse a mirar y aplaudir. Cuatro talentos que dieron lo mejor de sí y se preparan para cosechar los triunfos que merecen cuentan aquí quiénes son y por qué debemos estar atentos a su trabajo.

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Antonella Sigala, respirar música 

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Fotos por Carlos Saavedra.

Desde los 14 años que el mundo de Antonella Sigala gira en torno a una cosa: la música. Todo inició cuando en el colegio un profesor le hizo darse cuenta de que el canto era una posibilidad. Le gustaban las divas como Christina Aguilera o Whitney Houston. Y le sugirieron que, si quería entender los orígenes e historia de estas cantantes, tenía que indagar sobre el jazz. Aceptó. Entre risas, admite: “Soy muy mala para decir que no, todo me entusiasma mucho”.

Con uniforme del colegio, se presentó ante la Old Fashion Jazz Band, gracias a un amigo de su mamá que tocaba ahí. Después de ese momento, nunca más se separó del jazz. Lleva ocho años con la banda y en el camino estableció una relación de amistad con el pianista Giovanni Cultrera, quien le enseñó más sobre el oficio. “Me llevo muy bien con él, es mi mejor amigo, y no lo digo en broma”, cuenta.

Con un EP en su bolsillo y más de 300 presentaciones entre clubes, teatros, festivales y conciertos, Antonella mira hacia el futuro. Su creatividad no tiene días libres. Siempre pensando en qué hacer o dándole vueltas a una idea en su cabeza, toma inspiración de todos lados: géneros musicales, ritmos, películas, vestuario y décadas pasadas. Estudia, aprende y toca. Es un hervidero de ideas. “Me encanta la música, me hace sentir muy bien, o muy mal (ríe). Me da mucha energía”, cuenta. Su mismo quehacer es su fuente de inspiración: “El jazz me inspira muchísimo, la improvisación en cada canción hace que esta siempre salga distinta y eso te fuerza a indagar en tu creatividad y en lo que te hace a ti diferente, en buscar qué elemento hace que suene como tu música”. Su futuro disco, que quiere lanzar en 2024, es coproducido por ella. “Estoy formando parte de los arreglos, creando, trabajando con muchos músicos, jazzistas tradicionales, y eso me tiene muy entusiasmada”.

Simultáneo a sus presentaciones y al trabajo que conlleva su próximo disco, Antonella es también miembro del directorio del Club de Jazz de Santiago. No es suficiente con la difusión del jazz a través de su música y trabajo. Ella quiere que estos acordes lleguen a las generaciones más jóvenes. “Sentir que puedo aportar a eso, que podamos difundir las prácticas y la historia de este género, me motiva mucho. Yo llegué al jazz sabiendo nada, y de alguna forma pude conectar con él. Quiero generar eso para otras personas, que puedan encontrar valor en esta música y en lo que hago”. Con una breve, pero intensa trayectoria, la cantautora tiene claro que la música siempre formará parte de su vida. “Sé que voy a cantar hasta el día que me muera. Me encanta cantar y trabajar cantando. Lo hago en todos lados, me gusta mucho, no lo puedo evitar”, confiesa.

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Antonella Sigala (@antonellasigala).

Rolankay, estructura y color 

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Fotos por Carlos Saavedra.

Ojo, no estamos hablando de Ronald Kay (1941-2017), el famoso poeta, teórico y artista visual. Rolankay, el pseudónimo que el pintor e ilustrador chileno Fabián Carraza (1989) eligió para presentar sus obras, no tiene nada que ver con él. Y, al mismo tiempo, sí que lo tiene. Se presta para confusiones, tal y como a él le gusta.

Nacido en Chañaral, Región de Atacama, comenzó a pintar de manera completamente autodidacta. “Aprendí viendo libros de pintura, no de la pintura en sí misma”, relata. “Mi aproximación siempre era de libros, de leer mal, de estar en esa traducción. Borges planteaba harto eso, que el artista latinoamericano es como una mala lectura del canon; uno nunca está leyendo el original. Yo me sentía muy identificado con eso pictóricamente, porque partí haciendo reproducciones de un libro de historia de la pintura que me robé”. Cuando una noche quiso googlear al ensayista que se casó con Pina Bausch, lo escribió así, mal y todo junto: rolankay. Decidió adoptarlo como nombre propio.

Nunca le hizo sentido que la gente quisiera pintar realísticamente. Entre copias de Caravaggio, Raphael y Manet, comenzó a desarrollar su propio vocabulario artístico, uno donde sus estudios formales en ilustración logran complementar aquello que verdaderamente le apasiona: la pintura. “La imagen sugiere una escena, una situación que funciona como una especie de cortina. Seduce al espectador para invitarlo a mirar”, explica. “Pero me interesa que después llegue a la otra capa, más matérica: el tono, la forma, la textura, la fuerza, el ritmo”. El imaginario de Rolankay funde lo mitológico con lo doméstico, lo íntimo con lo universal. Y, sin embargo, con influencias fauvistas y asiáticas, es su particular uso del color lo que primero llama la atención. “La atmósfera del color condiciona la forma de percibir un cuadro”, señala. “Para mí, es luz. En eso pienso al momento de trabajar las paletas: más ácidas o más cálidas. Los colores son formas de transmitir sensaciones de manera más directa, más visceral”.

Si en 2022 tuvo Supersticiones, su primera exhibición en solitario en nuestro país, este año dio el paso siguiente con Digital Black, en la Omni Gallery de Londres, su primer solo show internacional. Pero aun con admiradores de su obra alrededor de todo el mundo y prospectos laborales en otros circuitos artísticos, Rolankay elige, al menos por ahora, dedicarse solamente a lo esencial: pintar –todos los días–, en tres o cinco piezas simultáneamente. “Me interesa proponer algo nuevo”, dice. “Y creo que estoy llegando a un punto donde las cosas están cuajando, donde todo es menos arbitrario, más concreto. Creo que puedo hilar más fino, y no estoy tan lejos de lograrlo”, anuncia. “Por ahora, me gustaría darme el lujo no para mostrar, sino para profundizar lo que estoy haciendo”.

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Rolankay (@rolankay).

Rodrigo Guzmán, del escenario a la academia 

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Fotos por Carlos Saavedra.

Con una presentación de Zorba el Griego, el primer bailarín del Ballet del Teatro Municipal de Santiago, Rodrigo Guzmán, se despedirá de los escenarios en 2024. Bajo una inusual carrera que lo tuvo saltándose etapas hasta llegar a ese puesto como nunca antes se había visto, Guzmán celebrará el paso a un nuevo ciclo: se convertirá oficialmente en maestro de la escuela que prepara a futuros bailarines, donde ve reflejado absolutamente su camino. “Me considero un soñador desde chico, y para mí esto fue un sueño hecho realidad”, confiesa.

Viajes al exterior, giras y arduas jornadas formaron parte de su camino, uno que comenzó alternando sus hobbies. A los 14 años dejó de lado el fútbol para centrarse en la danza, cuando el coreógrafo Jorge Carvajal lo vio en su Punta Arenas natal y le recomendó probarse en Santiago para integrar el ballet. “Tuve que lidiar con los prejuicios, porque estamos hablando de mediados de los años 90, no existían redes sociales ni nada, entonces tenía que viajar a la capital para averiguar cómo era todo esto”, cuenta Rodrigo. El segundo paso era convencer a su papá, funcionario de la Fuerza Aérea, que este era su destino. Ya instalado como parte del ballet, Guzmán siguió viviendo momentos sorpresivos: fue nombrado primer bailarín en 2004 y hoy reflexiona sobre lo que significa ser maestro. “Tengo sentimientos encontrados, porque como empecé tan grande siempre me acuerdo de que estaba pensando ojalá no llegase el día en que tenga que retirarme. Pero la vida pasa y el ballet me ha llenado tanto de felicidad que es difícil soltar”, asegura. Su nuevo cargo involucra formar a nuevas generaciones, quienes llegan desde muy pequeños a probar suerte en la Escuela de Ballet. O ya mayores, tal como llegó Rodrigo, quien vivió un poco la historia de Billy Elliot antes del estreno de la cinta, con su papá viéndolo moverse entre el público en su primera gira como bailarín. “No todo lo que sueñas se hace realidad, pero si trabajas duro por ello y con dedicación, esos sueños puedes materializarlos”, remata.

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De izquierda a derecha: foto por Romina Contretas, enero 2019. Foto por Patricio Melo.

Abel Cárcamo, reencontrarse en París

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Foto por Victor Jacquess Sebb.

En 2018, el diseñador chileno Abel Cárcamo ya tenía establecida una carrera ideando muebles y explorando materiales con artesanos de confianza. Pero un giro en su vida personal lo llevó a establecerse en París, donde ha podido concretar otros desafíos, y también comenzar desde cero. “Cuando llegué a Francia no tenía nada, ni siquiera sabía el idioma; fue un choque superfuerte. Eso me dio esta motivación interna y empecé a trabajar con mis manos. Hoy fabrico todo y soy como un escultor”, nos cuenta el diseñador graduado de UDLA que hoy tiene una colaboración con IKEA. En Chile aprendió su oficio, pero en París llegó a saber de lo que era capaz. Las oportunidades en Europa aparecieron poco a poco, y aunque por un tiempo compatibilizó su exploración artística con un trabajo en un restaurante, finalmente su origen le exigió más. Trabajando en galerías y con procesos lentos de producción llegó a crear una colección a gran escala para la apertura de las tiendas IKEA en Latinoamérica, donde fue llamado por la propia empresa sueca. “La oportunidad de hacer algo industrial fue increíble, algo que por mis propios medios no podría haber hecho, fabricando miles y miles de piezas. La colección está en 60 países y así puedo mostrar algo sobre la cultura de mi país, ya que me inspiré en la cueca”, nos cuenta. En abril de 2023 su colección ya estaba disponible en las tiendas de todo el mundo.

Para Abel, la oportunidad de llegar a cualquier persona con sus diseños es lo más importante de su momento actual y de lo que podría venir a futuro. Todos los días va a su taller, vive y respira creatividad a través de su rutina, sobre todo hoy que tiene mayor responsabilidad y una familia conformada por dos hijos. El Abel que vivía en Chile ha evolucionado a gran escala viviendo en París, donde refleja sus esfuerzos por conciliar materias primas y artesanía funcional. Este año participó en Design Miami Basel, sus creaciones han estado en galerías de Londres, México y, por supuesto, París, pero su deseo viene por otro lado. “Me encantaría hacer obras públicas. Ya sean funcionales en algún parque o sitio donde puedan interactuar con las personas, eso es algo que me inspira y sueño. Ya estoy dibujando y haciendo maquetas para ello”, nos cuenta. “Si uno trabaja y es constante, las cosas que tienes en tu cabeza sí pueden pasar”, remata el artista. 

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Abel Cárcamo (@abel_carcamo).

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