Naturaleza frágil
Jordan Castillo sabe tanto de biología, naturaleza y botánica que podría ser científico. En cambio, este artista elige explorar la relación humana con la flora y fauna a través de sus potentes y cautivadoras obras en cerámica.
Corría el año 1984 cuando el científico estadounidense Edward O. Wilson acuñaba un nuevo concepto en materia de sociobiología: “biofilia”. Definida como “la necesidad humana de afiliarse a otras formas de vida”, la hipótesis de Wilson planteó que las personas tienden intrínsecamente a buscar conexiones con la naturaleza, ya que poseen una afinidad innata con los seres vivos de todo tipo.
Bellísimo, ¿no? Pues para el artista Jordan Castillo (28), incluso algo tan puro como el amor por la vida esconde luces y sombras dentro de sí.
El imaginario de Castillo nace de él tan clara como inconscientemente. Originario de la localidad de Salamanca, en Coquimbo, desarrolló desde pequeño una profunda relación con la naturaleza; profunda, sí, mas no ciega. “Se le conoce como ‘el pueblo de los brujos’”, dice sobre el lugar donde se crio. “La gente cuenta cosas, y tú ves cosas”.
Recuerda con cariño su casa de adobe con muros desprolijos, los cultivos que la rodeaban y las ranitas que se reunían afuera de su puerta, así como también están en su memoria la oscuridad del campo, la muerte de la ganadería y los eventos inexplicables que a veces presenciaba. “Me acuerdo de niño ir paseando y que hubiera un círculo de puros cráneos de animales. Siempre crecí con mucho susto”, relata entre risas.
Resultó ser que, ya de adulto, su interés por la biología no se manifestó a través del estudio científico. O, al menos, no propiamente tal. Ya viviendo en la capital, Castillo ingresó a la Universidad de Chile a estudiar arte, donde conoció la técnica de la cerámica y se enamoró de ella. “Me parecía un proceso interesante, a diferencia de la pintura, donde tú estás viendo todo el rato el resultado, o de la escultura, que me parecía muy bruta”, cuenta. “Empecé a involucrarme mucho con los pigmentos de la cerámica, a estudiar cuáles son las posibilidades en que puedo pintar una pieza. Mi trabajo tiene mucho de ese lado pictórico: se nota el registro de la mancha, la huella del pincel, el chorreo sobre la pieza… y al mismo tiempo es volumétrico, escultórico. Me terminó fascinando”.
Sus obras no se consumen, sino que perduran. Como explica, el color queda bien integrado al material gracias al intensivo proceso de horneado al que somete su trabajo. De cinco horas cada una, Castillo realiza cuatro “quemas” en total –una para que quede el “bizcocho”; una para fijar el color; otra para sellar la capa de esmalte transparente, que aporta brillo, y, finalmente, la última, que aporta una de las características más reconocibles de su autoría: los detalles iridiscentes, en oro o plata.
El punto de fragilidad
Como es de esperar con un oficio tan exhaustivo, al momento de conceptualizar sus creaciones Castillo no deja nada al azar. “La biofilia siempre se ha descrito como la relación humana con la naturaleza, que es de lo que trato de hablar yo”, dice. “Pero para mí no es un término blanco. Es como la oscuridad… es una relación que a veces no es amable. Está al límite de lo que puede ser bueno o malo”.
JORDAN CASTILLO: Esta cosa de querer tener naturaleza dentro de terrarios, acuarios, en viveros dentro de tu casa… querer tener a la naturaleza adentro. Hay una forma de ver la biofilia superconectada con la naturaleza, con el jardín…
L’OFFICIEL: Súper romantizado.
JC: Sí, pero no necesariamente. Hay un lado que no tiene que ver con armonizar con el ser humano. La biofilia para mí es también querer ser un poco depredador de la naturaleza, y en la actualidad está siendo superagredida. La deforestación, los incendios, la pesca de arrastre, la acidificación del agua… Siempre me ha interesado ese tema, el punto de fragilidad.
Y es que, de una forma u otra, literal o implícitamente, es ese el subtexto de cada una de sus obras. Su pieza favorita, por ejemplo, es la rana de la colección Generación espontánea, para la cual se inspiró en la desmentida teoría de que las criaturas surgían de pronto, vivas y completas, perfectas. “En el campo se ven muchos animales que nacen con dos cabezas y viven muy poco”, señala Castillo. “[Con esta colección] Quería mostrar ese lado distinto de la biofilia, perder la inocencia y la idealización de la naturaleza. No es tan blanca, limpia o bonita. Hay muerte, oscuridad. Me gusta la belleza de lo que nace híbrido”. En su colección Aparente trópico, el ceramista se basó en las primeras impresiones que los colonizadores europeos tuvieron al encontrarse con la particular flora tropical de Latinoamérica. Asombrados por su desconocida hermosura, quisieron llevarse estas plantas de vuelta a su continente con fanales y estructuras de vidrio, pero siempre llegaban muertas, ya que no eran capaces de recrear sus condiciones. Las piezas de Castillo son negras y brillantes, con una vitalidad fúnebre que logra transmitir y hasta empatizar con la condenada obsesión de esos colonizadores.
Su atracción por estos temas es insaciable y voraz. Tras comentar un paper que uno de sus seguidores le compartió por redes sociales acerca de la acidificación de los océanos –el punto que más llama su interés es el hecho de que la contaminación afecta el pH del agua y hace que los caparazones de las ostras sean más delgados–, Castillo da un salto hacia otro elemento, el fuego.
JC: Con los incendios, entre Valparaíso y Viña se quemó todo. Había hartas palmeras nativas importantes. Y las imágenes son superinteresantes, porque están todas negras, pero igual ahora están saliendo unos brotes verdes… como que están creciendo a partir de esas cenizas. Por eso las piezas que hice [para Aparente trópico] las modelé a partir de las plantas vivas, no muertas, porque es algo que quizás pueda volver a brotar.
L’OFFICIEL: No dejas nada al azar.
JC: El proceso de la cerámica es tan lento que me pongo a pensar harto [ríe]. Estoy todo el rato con la pieza, me demoro meses en modelar. Y hago varias piezas, no suelto la obra. No hago una escultura y digo “ya, esto es”. Para mí las cosas cierran si son varios personajes que están armando este escenario y esta obra. Creo que es muy difícil hacer una obra solo con una pieza, sino que tiene que haber más en escena. Me encanta eso.
Sociedad en capas
Aunque de corta gestación, Biophilia ya está dando frutos. Con su primera exposición en solitario en la Galería Animal de Santiago y la celebración del Festival Fungi con el Museo del Hongo –organización que le comisionó piezas para la ocasión– en abril, Castillo se alista para Berlín y el primer salto internacional de su carrera, tras ser invitado a presentar su trabajo en la galería Kastanien durante mayo.
Pero este ceramista no pierde de vista su propósito final: más allá del concepto, llegar al espectador. “Busco que sea llamativo para todo tipo de público, que no necesariamente sea un científico o un artista para que entienda la obra. O puede que no entienda nada, pero que le produzca cosas, o que le parezca que el oficio está bien realizado”.
Dentro de la sutileza que predomina en sus mensajes, confiesa sentirse cada vez más libre para hablar de lo que quiere. “Por eso me gusta lo de las quemas”, sonríe. “Somos una sociedad que funciona por capas, por apariencias. Todo está cubierto de esmaltes. Mi proceso es de cubrir la arcilla muchas veces hasta que ya no se ve, queda por debajo, mientras que arriba hay una capa de oro y de plata”.
Y concluye: “Es muy contemporáneo cómo tapamos la tierra –el origen– con estos esmaltes, colores, brillo…”.