Ricardo Fernández a tablero vuelto
Desde la pantalla chica, pasando por las tablas, hasta llegar a él de forma íntima. El actor chileno de 43 años, Ricardo Fernández, posó por primera vez para L’Officiel y dejó entrever sus miedos e inspiraciones, además de revelar detalles de su carrera actoral de dos décadas.
En el desierto más árido del mundo, Ricardo Fernández se conecta con su amor por la naturaleza, esa que tanto lo conmueve y admira. Actor de teatro por definición formado en la reconocida Escuela de Teatro de Fernando González, asegura que “un actor es su próximo proyecto”, frase que pone en práctica tanto en su carrera como en su vida personal. A sus 43 años, disfruta de su tiempo a solas, de su carrera y sus nuevos proyectos. Desde San Pedro de Atacama, compartió con L’Officiel, además, sus nuevas alegrías, miedos y angustias.
L’OFFICIEL: Iniciaste tu carrera como actor en medio de la “Época de Oro” de las teleseries nacionales, donde se realizaron grandes éxitos, ¿qué echas de menos de esa década?
RICARDO FERNÁNDEZ: Echo de menos las grandes producciones, donde con equipos de más de 40 personas se realizaban grandes éxitos televisivos. Una época en donde todo era distinto, donde las teleseries eran ritos que reunían a las familias para tratar temas que nunca antes se habían tocado: la vida de los gitanos, las salitreras en Chile en los 20, entre otros. Ahora eso ha cambiado, existen más producciones (donde la mayoría son en sets), más horarios y muchas plataformas para ver tu teleserie favorita a cualquier hora.
L’O: Luego vino tu participación en Manuel Rodríguez (en 2010) para conmemorar el Bicentenario de Chile, ¿fue difícil representar ese papel?
RF: Fue algo muy desafiante, ya que además de poner en escena a un personaje histórico, puse en escena al protagonista de la trama. Como actor, inconscientemente te atribuyes la presión del éxito en tus hombros, creyendo que recae en ti. Algo que claramente no es así, ya que una producción es un trabajo colectivo, en equipo.
L’O: Y en las tablas, ¿cómo fue ser parte de la obra El Padre, de Florian Zeller?
RF: Es una obra potente, que cada vez que la veo es como si fuera la primera vez. Mi personaje tiene una escena muy brutal y difícil, donde este le pega al personaje principal: el padre. Algo que puede o no ser verdad dentro de la trama -ya que el alzhéimer del protagonista le puede estar haciendo imaginar cosas-, pero que, sin embargo, es muy fuerte, debido a que esto ocurre en muchos casos. Donde una enfermedad tan macabra o situaciones tan complejas hacen que afloren en muchas personas sentimientos horribles, que terminan llevándolos a un extremo desconocido.
“En mi carrera, uno depende mucho de la opinión de los demás, porque actuar es algo público, siempre es para un otro"
L’O: ¿Tienes algo pendiente por hacer? ¿Alguna deuda en tu carrera?
RF: Soy un actor de teatro por definición, por lo que me encantaría dirigir alguna obra. Aunque no tenga el diploma de Coach, he preparado a mucha gente en temas que tienen que ver con la comunicación, hablar en público y la puesta en escena, ¡me encanta! Esa es, sin duda, una deuda que tengo pendiente, dirigir en teatro.
L’O: ¿Qué te ha dejado ser actor?
RF: El amor por las personas y el género humano, ya que como actor uno es un gran investigador, psicólogo y lector de las personas, que tiene la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Los actores le hablamos al alma de las personas; las hacemos soñar, que logren identificarse con los personajes, que se incomoden y que se cuestionen y piensen los temas que se tratan. En el teatro siempre tiene que haber entretención, pero en la medida en que nos haga reflexionar. Finalmente, eso es lo que me interesa del fenómeno de la actuación: que sea un espacio de entretenimiento, pero que por sobre todas las cosas sea una instancia de reflexión. De ser capaces de remover la conciencia de la gente.
L’O: ¿Cómo fue para ti “volver a salir al mundo” después de tanto tiempo de encierro?
RF: La pandemia para mí fue una pasada por el infierno, pero al mismo tiempo me dio la posibilidad de poder volver a mí, con lo peor de esto sobre la mesa. Me entregó la oportunidad de poder mirarme, de ver la relación que tenía conmigo, con los demás y con el mundo, lo que me hizo vivir una vida casi monacal (ríe). Fue muy duro, pero súper edificante, ya que me puse una serie de rutinas que me ayudaron a salir de eso, como correr, que fue una disciplina que me centró y ayudó para conquistar mi presente.
L’O: ¿Cómo lidiaste con esa soledad?
RF: A mí me encanta estar solo en general. Soy muy defensor de mi soledad y mi individualidad, porque lo paso muy bien conmigo, con todo lo malo que implica eso también. Sin embargo, ahora más de “viejo” lo acepto, porque desde los 15 años que me gustaba estar solo, pero no con el éxito que yo hubiera querido; me provocaba mucha ansiedad en ese entonces. Ahora de más grande, pasado de los 30 años, comienzo a disfrutarlo, porque siempre tengo algo que hacer, soy hiperactivo (ríe).
L’O: ¿Eres otro después de eso?
RF: Yo creo que sí, aunque he cambiado después de muchos episodios de mi vida. Hechos que me han hecho ser mucho más humilde, ya que el ser actor facilita el crecimiento del ego. En mi carrera, uno depende mucho de la opinión de los demás, porque actuar es algo público, siempre es para un otro. Las críticas son dolorosas, porque, en general, en algún punto están en lo correcto.
L’O: ¿Qué sacas en limpio?
RF: Que los estados anímicos y las inseguridades -de las cuales nunca hay que confiar mucho- son cosas que facilitan mucho los procesos creativos. La plenitud no tiene ese vacío que te lleva al cuestionamiento. Es fantástico estar pleno, pero yo no soportaría estar feliz las 24 horas del día, como tampoco estar deprimido. Hay que darse los espacios, y no caer en el engaño de que la felicidad lo es todo, ya que mucha gente llega a pensar que este debe ser un estado basal de la existencia, lo que los lleva a deprimirse. Yo creo que si uno logra componer las angustias, satisfacciones y el dolor de vivir, se logra ser una persona más íntegra, y finalmente más feliz.
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