Gabriel Orozco, cotidiano alterado
El artista contemporáneo por excelencia vuelve a Ciudad de México, en su país natal, para cosechar nuevos reconocimientos y exponer, en una retrospectiva lejos de lo tradicional, algunas de las obras más importantes de sus cuatro décadas de carrera.
Por si no se han enterado, este es el año de Gabriel Orozco. Como una figura crucial del arte contemporáneo latinoamericano, el artista nacido y criado en Ciudad de México lleva dos décadas exponiendo en las galerías más prestigiosas y los museos más importantes del mundo.
Hace unos meses inauguró el Bosque de Chapultepec, su proyecto público más extenso hasta la fecha, para el cual creó el plan maestro y supervisó, por casi seis años, la reconstrucción de las 866 hectáreas que componen uno de los parques urbanos más emblemáticos del mundo. Por si fuera poco, a finales de enero fue condecorado con el grado de Comendador en la Orden de las Artes y Letras, el reconocimiento más alto del Ministerio de Cultura Francés, por su excepcional trayectoria internacional.
La medalla no podía haber llegado en un momento más oportuno. Pocos días después, el Museo Jumex en CDMX abrió las puertas de Politécnico Nacional, la primera muestra museal de Orozco en su país natal desde 2006.
El título de esta gigantesca exhibición no está desprovisto de humor: hace referencia a la gran variedad de métodos, soportes y formatos con los que Orozco ha trabajado a lo largo de sus cuarenta años de carrera, y evidencia esa exploración constante que define su práctica y la hace inclasificable.
La exposición contiene más de 300 objetos, “pero no es una retrospectiva tradicional”, explica su curadora, Briony Fer. “No empieza por el principio ni se desenvuelve cronológicamente. En lugar de eso, lo que he tratado de hacer es distinguir los temas e ideas centrales en el trabajo de Orozco”. Politécnico Nacional ocupa todo el edificio: desde la plaza exterior hasta el subterráneo, en total son cuatro los pisos que Fer ha concebido como “estratos”.
Arriba, en la galería más alta, el hilo conductor es el aire y el espacio abierto, con piezas que plantean la escultura como algo acrobático, que flota o vuela. “Gabriel Orozco está obsesionado con los círculos, siempre lo ha estado”, dice Fer acerca de los Ventiladores toilet (1997), que giran sobre las cabezas del público.
Abajo el tema es la tierra, y fue pensado por su curadora como una especie de terrario, “lleno de materia prima”. El juego entre lo orgánico y lo artificial está latente en esta sección, pero es la famosa Caja de zapatos vacía, presentada en la Bienal de Venecia de 1993, la que, irónicamente, se roba la atención. “Este es un ejemplo bastante temprano de la forma en que Gabriel Orozco nos pregunta: ‘¿Es esto una escultura? ¿Dónde termina el arte y dónde comienza la vida?’”, indica Fer.
El elemento acuático está representado en la majestuosa Ola oscura (2006), obra que consiste en un esqueleto de ballena de 15 metros de largo, realizado en resina y “tatuado” con grafito, que cuelga del techo y le da un aspecto vivo, como si se tratara de un acuario.
El espíritu lúdico y por siempre vigente del artista queda de manifiesto desde el frontis del museo –donde instaló una original mesa de pimpón fabricada en piedra– hasta el subterráneo, que en un espacio que su curadora describe como una “composta” se hallan un sinfín de videos, fotografías y memes rescatados de internet acerca de la obra de Gabriel Orozco.
Politécnico Nacional estará disponible hasta el 3 de agosto en el Museo Jumex de Ciudad de México, y representa un homenaje a la altura de un artista que, por décadas, ha desafiado el concepto de lo que puede ser arte, cómo se crea y en qué se enfoca. “Logramos reunir algunas de sus obras más famosas y canónicas, pero también las más pequeñas y efímeras: dibujos, juegos, fotografías e instalaciones pequeñas”, señala orgullosa la curadora de la muestra. “Es como que todo el museo se hubiese transformado en su mesa de trabajo”.