El cine de Claudia Huaiquimilla
La directora mapuche estrenó a finales de 2021 su segunda película Mis hermanos sueñas despiertos y ahora estrena 42 días en la oscuridad, su serie de Netflix basada en el crimen de Viviana Haeger.
“Me gusta dar cuenta del momento histórico que vivo, porque de niña sentía que eso no estaba representado en los libros. Tampoco lo estaba la historia de mi propia familia”, dice la cineasta Claudia Huaiquimilla. Pero no fue periodista ni historiadora. “Cuando estaba en la universidad, me di cuenta de que mi lenguaje era el mismo de mi papá. El que usaba para contarme historias, las historias del campo. Es otro ritmo, otra mirada que, además, pienso que es muy cinematográfica. Y cuando me di cuenta, además, de la potencia que tenía el cine de conectarme con otros seres humanos a partir de la empatía, y abrirte a mundos a los que no podrías entrar de otra forma, supe que eso era lo mío”, reconoce.
Durante los últimos meses del 2021, la directora estrenó su segunda película Mis hermanos sueñan despiertos, que se adentra en las vidas de jóvenes que viven en un centro de internación del Sename. Amigos que intentan fugarse de aquella cárcel y buscar otra vida. Antes de su estreno en salas locales, la cinta fue reconocida con el máximo galardón en el Festival Internacionalde Cine de Valdivia. Además, en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara recibió los premios a Mejor Película, Mejor Guión y Mejor Actor. Meses antes, también tuvo un preestreno en el Festival de Locarno, en Suiza.
Claudia dice que su debut, Mala Junta, estrenado en 2016, está directamente conectado con Mis hermanos sueñan despiertos. En su ópera prima el protagonista es Tano, un adolescente rebelde santiaguino que es enviado al sur de Chile con su padre. Allí conoce a Cheo, discriminado en su escuela por su ascendencia indígena. El origen de esta segunda película está en la investigación que
realizó para escribir el personaje de Tano. En paralelo, supo de la muerte de Rodrigo Melinao, en agosto de 2013. “Fue tratada de una forma muy indolente. Todos ignoraban a esa familia que estaba denunciando violencia. Hasta ese momento, lo que se conocía era la muerte de hombres jóvenes mapuches, líderes en sus territorios, en circunstancias extrañas. Nada más. Por otra parte, vi un caso de un joven que sufrió una detención ciudadana por haber cometido un delito. Y pensaba ¿por qué esas vidas no tienen valor?”. Pasó el tiempo y Huaiquimilla nunca soltó esa investigación.
Con ella, escribió un corto. Al contarles a sus cercanos, ellos le dijeron “Claudia, asume de una vez que eres directora y que esta es tu segunda película”.
Cineasta mapuche
Claudia nació en Santiago, en 1987, lejos de territorio mapuche. “Soy mapurbe, como dice el poeta David Aniñir”, afirma. Sobre crecer en la diáspora, explica que “la gente espera de ti un estereotipo creado a partir del desconocimiento de la cultura mapuche cuando te presentas como tal. Para mí, crecer en la ciudad fue muy angustiante”. Pero hay una idea que la calma siempre: “Entender que no soy tan importante como individuo, sino como parte de una cadena muy grande. Yo seré un pequeño eslabón de un cambio que quizás se verá en 100 o 200 años más. No importa, yo tengo una responsabilidad en este momento de la historia. Ahí me siento poderosa”.
Su hogar es el campo donde vive su padre, al sur de Chile, aunque no siempre lo habite. Dice que él le enseñó a meditar desde que era una niña para trasladarse hasta allá. “Cuando estoy ahí me siento plena, ese es mi hogar. Cada vez que presentaba Mala Junta en otros lugares pasaba algo súper extraño: siempre llovía. En cada una de las presentaciones. Te lo prometo. Sentía que el territorio, mi hogar, me acompañaba. El cine me ayuda a que mi hogar me acompañe”, dice.
L’OFFICIEL: Cuando se estrenó Mala Junta, muchos titulares hablaron de ti como la “primera cineasta mapuche”. Yo tiendo a desconfiar de estas categorizaciones, porque generalmente esconden omisiones. Es lo que en general hace la historia oficial con las mujeres. ¿Qué piensas tú?
CLAUDIA HUAIQUIMILLA: “Creo que esa frase esconde un desconocimiento súper grande. Está, por ejemplo, una mujer a la que admiro mucho, Jeannette Paillán, que es la primera videasta, porque antes se decía videasta, y que además lleva un movimiento audiovisual muy grande a través de la formación, de hacer un festival como el Ficwallmapu. Una de las cosas más violentas de cuando estrené Mala junta fue enfrentar etiquetas y titulares. Pensé que la prensa se enfocaría en los actores, en el proceso, pero se centró en mí, como si fuera extraño que una mujer mapuche estuviera haciendo cine. Y me pareció muy ofensivo, más que conmigo, con las compañeras que pudieran venir después. Es una representación de la violencia que se vive en el cotidiano”.
Mala Junta, además de recibir más de 40 premios nacionales e internacionales, ha tenido más de una vida en el público. Durante la pandemia fue la película más vista en Ondamedia, pero no fue la única vez que se reactivó. La primera fue “a partir de la muerte de Camilo Catrillanca. La gente quería conversar al respecto. Se agotaron las vistas y la bajaron de la plataforma. Algunos llegaron a pensar que la habían bajado por un tema de censura y nada que ver”, dice. En We Tripantu –año nuevo mapuche– también le piden presentar la película en diferentes comunidades. Luego, cuando se acerca el 12 de octubre “que, por suerte, ya está asociado a la resistencia indígena, porque cuando era niña para mí era una fecha muy violenta”, reconoce. Pero además de las evidentes ganas del público de buscar la conversación, Claudia explica que quienes más la han reactivado son profesores, escolares y universitarios. “Los profesores la muestran a los estudiantes. Y ellos, a sus familias. Es un crecimiento lento, pero cada persona lleva a su comunidad y eso es sostenido en el tiempo”.
“Mi padre trabaja todos los días la tierra. Si cae nieve tienes que destapar para que no queme las hojitas, aunque se vean chiquititas, ahí están. Y hay gente a la que le dice ‘acá está el mañío, el roble, el castaño’ y no los ven, porque son diminutos. A mí me pasa parecido con mis películas, con mi manera de hacer cine. La gente está acostumbrada a apuntar a un éxito durante la primera semana. El sistema está pensado para que la primera semana marque cuánto tiempo vas a estar en salas. Es como cuando los chilenos plantan pinos y crecen muy rápido, pero secan la tierra. Yo pienso en todo lo contrario. Cuando tú plantas árboles nativos se genera una biodiversidad y empiezan a aparecer cosas que son a largo plazo, más lentas. Mi forma de ver el cine es esa, es como plantar un árbol nativo”.
Transformar la pena
Ángel y su hermano menor, Franco, llevan un año recluidos en una cárcel juvenil. Allí tienen un grupo de amigos con los que sueñan con la libertad, algo que podría ser posible gracias a la llegada de un adolescente que idea un plan de escape. De esto va Mis hermanos sueñan despiertos que, aunque es ficción, está basada en algunas historias reales, que fueron parte de la investigación de Claudia.
“Mientras escribía la historia me ponía llorar”, dice. “Y eso mismo me hacía sentir que ahí había algo, pero que tenía que transformarlo. Transformar esa pena en algo más, porque necesitaba que ese espacio no fuera visto como un muerto. Mucha gente me dice que es difícil dirigir a niños y para mí es muy fácil, porque me siento rápidamente integrada, respetada y acogida. Mucho más que en espacios adultos. Eso es lo que me pasó cuando entré al centro del Sename, fui acogida y respetada”.
La primera vez que Claudia llegó a un centro fue en 2017, en el contexto de presentar Mala Junta a niños y adolescentes internados. Allí tuvo la oportunidad de conversar con ellos, algo que se repitió en otras oportunidades, en diferentes internados. “Una de las cosas más fuertes fue ver un velador que estaba en la sala en la que proyectamos, que tenía unos cuadernos guardados. Me contaron que eran de los niños del taller. Se guardaban ahí porque si se los llevaban, los mismos policías se los rompían a veces”, relata. “No puede ser que sea tanta la violencia, que su pequeño espacio de exploración también lo destruyan. En la sociedad en la que vivimos nos intentan quebrar el espíritu muchas veces para hacernos sentir indignos y que nuestra voz no vale. Y ese veladorcito con los cuadernos, en una sala chiquitita, era un refugio”.
Y la directora se llena de preguntas. “Hay que recordar que eran niñas y niños. Que sí, cometieron un error, eso no intento limpiarlo en el relato. Pero ¿nos preguntamos qué es lo que los llevó ahí y cuántas oportunidades reales hay para ellos de pensar y soñar una realidad distinta a la que les tocó? Me han escrito profesores que después de ver la película van a sus centros con una nueva energía a ver a sus niños y para mí esa es una respuesta que llena de significado lo que estoy haciendo ¿Exponer una realidad simplemente para ver lo terrible? ¿Para qué? No, yo necesito darles un espacio de resistencia y dignidad.