Mujer

Pioneras

Desde distintas disciplinas, cada una de estas mujeres hizo un aporte innovador que no solo significó realización personal, sino también un cambio en la vida presente y futura de otros. Su sello es la valentía y el compromiso.

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Retratos por Carlos Saavedra. 
Maquillaje por OKWU. 

Moda circular 

Constanza Gutiérrez, fundadora de Placard.

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Hace siete año tuvo el sueño de hacer recircular la moda de lujo, una iniciativa que si bien existía, aún estaba poco profesionalizada en Chile. Todo se gestó después de egresar de la carrera de arquitectura, cuando partió a París a estudiar un máster de Urbanismo. En ese periodo se le hizo evidente que en la capital francesa, tan normal como el buen queso y la inconfundible industria del pan, era la reventa de ropa de lujo. Un tipo de vestimenta que de inmediato reconoció. Era lo que siempre había visto en el clóset materno, que observaba de niña: “Mi mamá siempre tuvo ropa de muy buena calidad, siempre estaba todo ordenado y bien cuidado, todo le duraba. A mí ella nunca me llevó al retail, lo que me compraba no era desechable y yo heredé mucho de eso, entonces me gusta comprar y me gusta la moda, pero mi relación con la ropa no es transitoria”.

Se fijó también en la experiencia de la plataforma Vestiaire Collective, que promovió la compra y venta de ropa y accesorios de segunda mano con un enfoque de sostenibilidad y compra consciente y que en los años siguientes creció exponencialmente.

Cuando Constanza volvió a Chile siguió enfocada en su profesión y trabajó varios años en una oficina de urbanismo, hasta que nació su hija. “Cuando tenía unos 6 meses, un día a las 11 de la noche, entregando el quinto plan maestro de un parque que nunca se iba a hacer, dije 'basta, ¿qué hago aquí?'. Renuncié y empecé a hacer ventas de clóset”, relata. Abrió maletas de ropa que ya no usaba y junto a una amiga organizaron las prendas y montaron todo en su terraza con éxito total. “La marca empezó a crecer, empezamos a darle forma, y cuando nació mi hijo, que fue como un año después, con mi amiga separamos caminos”. Constanza persistió en la profesionalización y definió la sustentabilidad y el lujo como los pilares de esta idea que ya tenía nombre: Placard.

Coincidió que, previo a la pandemia, había construido la página web, que facilitó las transacciones cuando no se podía salir de casa. “Entonces Placard despegó en serio, se hizo mucho más conocida y traspasó los límites de Santiago, nos empezaron a pedir mucho desde otras regiones. Nunca había trabajado tanto, las circunstancias obligaban a hacerlo todo, desde la mantención del sitio hasta el despacho, pero valió la pena”. Hoy cuenta con un equipo consolidado y tienda física, además de la tienda virtual. Ningún paso ha sido improvisado. “Como soy arquitecta, mi visión siempre es muy estética y detallista. Me importa la foto de la página web del mismo modo que cada detalle de la tienda, porque creo que la experiencia es importante. El lujo tiene que ver con eso, y es lo que más me atrae: apreciar el oficio, el arte, la cultura, la historia que hay detrás de las piezas”.

Experiencia y sabiduría 

Drina Rendic, gestora cultural. 

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En los 80, luego de vivir 20 años en Estados Unidos, Drina Rendic, ingeniera comercial de la Universidad de Portland, regresó a nuestro país y aplicó sus conocimientos a la gestión cultural, un área que, según sus palabras, “estaba en pañales en Chile”.

Su aporte, sin duda, ha dejado huella: profesionalizó el rubro y fue pionera en sumar la empresa privada a la concreción de proyectos artísticos. “Muchos gestores culturales se han inspirado en mi labor, porque cuando tienes la edad que yo tengo, que son 82 años, la gente te empieza a preguntar cómo has hecho las cosas (…) No es que yo sea la gurú de la gestión cultural, pero por la cantidad de años, de experiencia y de sabiduría, mucha gente se acerca a mí. La gente joven me pide reuniones a cada rato, me muestran proyectos, y yo los trato de aconsejar en cómo mejorarlos, en hacer las cosas más entendibles”, dice la presidenta del Capítulo Chileno del National Museum of Women in the Arts, miembro del Directorio Global del International Women’s Forum y vicepresidenta de la Corporación Cultural de Lo Barnechea, entre otros muchos cargos.

“Hoy en día hay carreras de gestión cultural en la Católica, en la Chile y en otras universidades, y eso me parece encomiable”, comenta sobre la evolución de esta área.

Cuando era niña, Drina estudió piano durante 8 años. “También me impartieron clases de ballet y de tenis. En mi casa se creía que una persona tenía que ser integral”, dice. “Gracias a esa filosofía yo me acerqué al arte, pero no como artista, sino como apreciadora (…) Un gestor cultural es experto en gestión, pero se asesora con otras personas expertas para gestionar el proyecto”, explica.

Entre sus tantos logros, Drina destaca el Torneo Nacional de Debate Interuniversitario COBA de Chile, en los años 90. “De ahí salieron muchos políticos que, a lo largo de la vida, me han dicho ‘soy político gracias a este proyecto’”, cuenta. “El primer premio era viajar a una universidad extranjera donde se practicara el debate, como, por ejemplo, la Universidad de Cambridge, en Inglaterra; la Universidad McGill, en Canadá, y las universidades de Princeton, Stanford y Georgetown, en Estados Unidos”.

Otra iniciativa que la enorgullece mucho es el concurso de canto lírico Mujeres en la Música, que se realiza cada dos años y que ya lleva cinco ediciones. Quienes lo ganan viajan a Washington, al National Museum of Women in the Arts. “De aquí salió una de las cantantes chilenas más reconocidas hoy en día, Yaritza Vélez. Ella está cantando en el extranjero hace varios años. En este momento está en la Ópera de Houston, en La Bohème, en el rol de Mimí”, cuenta.

Colores poderosos

Tere Irarrázabal, fundadora de OKWU.

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Observar debe ser la actividad a la que más tiempo dedica Tere Irarrázabal, maquilladora y empresaria. Lo hacía cuando era niña y se instalaba a mirar atentamente a los maquilladores en los centros comerciales y en los salones de belleza. También cuando acompañaba a su mamá, la compositora Loreto Valenzuela, a los canales de televisión, donde iban con frecuencia. “Le pedía si la podía esperar en la sala de maquillaje, me parecía alucinante ver cómo se veía cualquier persona al llegar y cómo le cambiaba hasta la postura corporal cuando estaba lista”, recuerda. También llevaba décadas observando la acumulación de maquillaje que no se usa en los cajones de las chilenas. “Desde que abrí mi estudio en 2008 siempre me llamó la atención que las alumnas llegaban a clases de automaquillaje con todo lo que tenían, que a veces era mucho, pero no sabían qué hacer con los productos”. Ese fue desde el comienzo su objetivo con OKWU, la marca de maquillaje que fundó en 2019. “Pensé en productos que una chilena pudiera y supiera usar sin miedo y le dieran un resultado perfecto”. Porque sí, maquillaje hay mucho, pero no había una marca local generada desde la perspectiva de una maquilladora que lleva muchos años trabajando, conversando con mujeres y entendiendo sus verdaderas necesidades.

“Me siento totalmente pionera, desde ser maquilladora en adelante. Hace 20 años esta no era una carrera que uno podía elegir, no había dónde estudiarla, el camino era aprender por tus propios medios, por eso mi sueño era abrir un estudio de maquillaje donde encontrar lo que yo soñaba. OKWU es un paso más en ese objetivo, y la recepción de las clientas ha sido fantástica, más potente de lo que me imaginé que sería”, cuenta Tere, quien todavía se emociona relatando cómo fue la apertura de la primera tienda. “Me llamó una amiga que había pasado por fuera para preguntarme si había pasado algo. Y recién entonces vi que la fila era de más de 300 personas”, recuerda.

Tere no cree en el discurso de que el maquillaje es para esconder imperfecciones. Para ella todo se trata de resaltar y no de ocultar. “A veces una persona está tan centrada en lo que no le gusta, que no es capaz de ver que tiene rasgos increíbles”, comenta. Eso es lo que promueve su marca, la convicción de que cada persona tiene un gran potencial. Además, quiso derribar el mito de que el maquillaje daña la piel. “Me preocupé de que estos productos no solamente no hicieran mal, sino que hicieran bien; para mí era muy importante que OKWU diera esa certeza. Por eso las fórmulas tienen ingredientes que hidratan, cuidan, protegen o suavizan, eso es fundamental para la marca”, asegura. 

Joyas con alma

Chantal Bernsau, artesana. 

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Hace 40 años, cuando Chantal Bernsau empezó a crear joyas, en Chile la palabra “innovación” prácticamente no se escuchaba en el mundo de la orfebrería. “Había cruces y perlas, y nada más. En esa época Michi Geyger era el único joyero que combinaba la plata con el oro. Él sí hacía cosas diferentes, y yo me iba a instalar a su taller; él fue mi inspiración”, dice esta licenciada en Pedagogía en Francés, exmodelo y hoy artesana, una definición que le parece más apropiada que “orfebre”.

Como Chantal no tenía capital para invertir, tomó una decisión que, sin querer, se convirtió en su sello. “Fui al centro y compré botones antiguos de nácar, de concha de perla. Y partí haciendo mi primera colección con botones. A esos botones les puse plata. Y, claro, los transformé en joyas. Fue superinaudito, era algo muy diferente, muy poco convencional. Y como yo trabajaba en la revista Paula, las otras productoras de la revista me pedían joyas, porque eran muy diferentes. Entonces aparecían en las portadas de la revista y en todas las modas”, cuenta.

Y recuerda: “En esa época no existía Instagram, pero yo salía en todas las otras revistas de moda, y eso me ayudó mucho. Y bueno, hice, sin saber, lo que hoy es la joyería contemporánea, porque usé materiales que no eran tradicionales para la joyería (…) Pero lo hice porque no tenía dinero. Después, por ejemplo, hice otra colección con lágrimas de lámparas de cristal que compré en una feria”.

Hasta el día de hoy, Chantal compra materias primas de este tipo: “Creo que parte de mi filosofía y de mi inspiración son los materiales que puedo encontrar en una cordonería o en una feria (…) Hice otra colección con piedras de la playa, de esas piedras bien planitas. Después entré con el cuerno, el picoyo, los huesos y la madera. También he trabajado con crin de caballo. Y hoy estoy haciendo una joyería textil, con cobre, con cristales, que es de toda mi línea de sanación".

“Mis joyas tienen alma”, comenta Chantal, y explica la diferencia con las joyas trabajadas en serie y hechas por máquinas. “Si no hay una persona detrás, una persona que está horas ahí, tocándola, haciéndola, poniendo toda su energía y su amor en esa joya, no es lo mismo”, explica. La energía es clave, sobre todo porque ella trabaja en colaboración con artesanas de localidades chilenas, como Rari, por ejemplo, y hasta de otros países. “Son muchas manos las implicadas, eso es muy lindo”, dice.

"Cada vez nos damos más cuenta de que finalmente todos estamos vibrando, porque somos energía. ¡Qué importante, entonces, es llevar puestas piezas que vibran, y que vibran alto contigo!”, resume.

Al infinito y más allá

Matilde Gaete, aspirante a astronauta.

A los 11 o 12 años, “intruseando en el clóset” de su mamá, Matilde Gaete (20 años) encontró el libro Breve historia del tiempo, de Stephen Hawking.

“Me marcó porque me permitió conocer la ciencia y la física como me gusta, reconociendo que tienen una naturaleza compleja y que no hay nada de malo en eso (…) Estaba tan interesada en aprender que lo releí y lo releí”, dice Matilde.

“Desde muy pequeña me gustó la astronomía, porque al final responde preguntas superesenciales, como de dónde venimos, a dónde vamos, cómo llegamos acá y cómo se formó el planeta Tierra. Y llegó un punto en que eso no me gustó tanto desde la parte teórica (…) Creo que lo que me hizo el cambio de switch fue decir ‘estoy en una época en donde, si quiero, no solamente puedo explorar el universo a través de los observatorios, sino también tener la oportunidad de ir con naves y con trajes a conocer la Luna o de ir a explorar Marte’. Cuando aterricé esa frase de ‘hay un universo afuera esperando a ser conocido’, dije, ‘ok, definitivamente quiero ser astronauta’”, explica.

La joven astronauta estadounidense Alyssa Carson también la inspiró. “Si ella puede, yo también puedo”, pensó Matilde. Entonces, cuando estaba en cuarto medio fue aceptada en uno de los campamentos que la NASA realiza para estudiantes. Ahora cursa el tercer año de Ingeniería en Física en la UC y fue seleccionada para entrar, en abril, al exigente programa de entrenamiento avanzado para aspirantes a astronautas del International Institute for Astronautical Sciences, IIAS, en Melbourne, Florida, Estados Unidos.

“La gracia que tiene este programa es que ellos tienen convenios con privados en el espacio. Hoy en día el espacio ya no lo llevan las organizaciones gubernamentales, lo llevan los privados (…) Y ahí definitivamente se me abre una puerta como chilena para poder viajar con ellos. Si yo me gradúo de este programa y destaco, altiro paso a una piscina de candidatos para seguir formando mi perfil de misión. A mí me gusta la ingeniería de vuelo”.

Matilde, entonces, camina a pasos agigantados para convertirse en la primera astronauta chilena, un sueño con un propósito claro. “Después de ver la Tierra desde el espacio, todos los astronautas tienen la motivación de hacer cosas para que el planeta sea un lugar mejor (…) Además, encuentro que es superimportante abrir estos espacios a niñas y mujeres, y en general a las diversidades, porque cuando uno quiere desarrollar soluciones para los distintos desafíos que tenemos, que son supercomplejos, esas ideas innovadoras no van a salir de pocas mentes, tiene que de ser un grupo de mentes que tengan distintas perspectivas y experiencias”, concluye. 

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