C.Miller no espera a nadie
La marca de indumentaria chilena presentó su última colección WAITING ROOM / SALA DE ESPERA en un multitudinario desfile abierto a todo público que combinó arte, música y performance.
Ese sábado, Espacio Obrecht -galpón ubicado en pleno Persa Bío Bío- ebullía de personas desde las primeras horas de la tarde. Sin un rumbo establecido, deambulaban libremente a través de las instalaciones artísticas que decoraban el espacio, tan coherentes como desconcertantes: crípticos videos proyectados sobre las paredes; papeles de todo tipo esparcidos sobre mesas, escritorios y sillas; carpetas dispuestas en círculos como arreglos casi florales. Un teléfono azul, una fotocopiadora, una trituradora de documentos. Un café derramado. Poleras, faldas, vestidos y otras prendas colgando desde intrincadas estructuras de aluminio.
El público reunido parecía entusiasmado y, al mismo tiempo, expectante. La convocatoria había sido vaga – la marca nacional de indumentaria C.Miller, fundada en 2017, invitaba a quien quisiera asistir al lanzamiento de su última colección, llamada WAITING ROOM / SALA DE ESPERA. Y en eso estaban: esperando. A la espera de algo. ¿Pero de qué?
De pronto, un cambio en el aire. Sonó el teléfono azul – una, dos, tres veces. Una música atmosférica envolvió al recinto y, poco a poco, modelos luciendo piezas inéditas diseñadas por Catherine Miller (30) comenzaron a surgir. Pero, por supuesto, no se trataba de una pasarela tradicional.
“Me empezó a angustiar el paso del tiempo”, dice la creadora de la marca al rememorar la época en que la colección comenzó a gestarse. Se encontraba en un viaje por el sur de Chile en un momento de, como ella misma lo define, "mucha espera emocional”. “Sentía que todo pasaba muy rápido. Tenía que tomar decisiones fuertes y no sabía lo que iba a pasar. Eso, para mí, es la espera: la incertidumbre de no saber qué va a pasar”.
Durante esos días de aislamiento e introspección, comenzó a dibujar con el único lápiz que encontró, uno de mina, usado y desgastado. Hizo bocetos, degradé, probó volúmenes… y ahí quedaron, “como los dibujos que hice en mis vacaciones y nada más”. No fue hasta más adelante que todo cobró sentido.
De forma paralela, sus constantes visitas a ferias de ropa usada habían generado en Miller una atracción particular con los adornos kitsch que la gente ponía a la venta. “Me gusta lo comprometedor que puede llegar a ser algo que cuesta luca en la feria”, explica. “Son objetos con mensajes de peso; colgantes con frases como ‘el que tenga esta llave se queda con mi corazón’, etcétera. Me gusta esa estética”.
Las telas de saldo nacional que eligió para trabajar significaron la culminación de todas esas ideas que venían rondando su mente en el último tiempo, con una paleta de colores en tonos grises, azules y cafés. “Desarrollé el concepto de sala de espera, pero de la espera emocional”, señala. “Incluso aunque parecía que no tenía nada que ver, todos los elementos indican algo emotivo, un sentimiento. Los dibujos también los hice en un momento de espera, como los garabatos que haces inconscientemente cuando esperas que sea tu turno en un trámite o mientras hablas por teléfono”.
La colección, con gran influencia “recession core”, incluye 33 prendas como faldas, vestidos, poleras y pantalones ready to wear, muchas de ellas intervenidas con la técnica de sublimación textil para lucir las ilustraciones que Miller realizó durante su paso por el sur. Los tejidos fueron confeccionadas a mano con lana mohair en colaboración con la marca nacional SERAFINA. El resultado final es una estética es decididamente “oficinista”, como lo define la diseñadora: un "uniforme" femenino y delicado, con piezas de uso diario pero con cierto matiz formal, sobrio, recatado.
El desfile fue concebido, entonces, como la experiencia colectiva del paso del tiempo. Y, gracias a la coreografía de Rodrigo Escobar, así se sintió; con la aparición de cada modelo venía una sensación de ansiedad y nerviosismo, puesto que no cruzaban de un lado a otro sin más – algunas se sentaron a hojear una revista, mientras otras se dedicaron a triturar papeles, uno por uno, en vivo y en directo. Otras –¡las más valientes!– se quedaron de pie enfrentando al público. “Las esperas son muy personales”, dice Miller. “Cada modelo tenía su propio tiempo. Algunas se demoraban menos en pasar por la pasarela, eran más estáticas; otras, más impacientes…”.
La híper conciencia de los minutos transcurridos entre cada acción, entre cada look, se acrecentó con la música de Mucho Sueño, artista y productor que mezcló pistas originales durante el transcurso del evento. “Le pedí que compusiera dos temas: uno que fuera como que algo iba a pasar y otro más calmado, como que algo ya pasó”, dice Miller. “Transmitió una emocionalidad que quería que se lograra, de incertidumbre, aburrimiento, pesadez y espontaneidad”.
Algunos artículos de la colección –la cual estuvo a la venta apenas terminó el show– se agotaron en segundos. Las instalaciones de arte en exhibición, a cargo de los artistas Pedro Albertini, Amanda Hansen, Benjamín Carrasco, Joshua Silva e Isidora Miller, atrajeron la atención de las personas incluso horas después de haber finalizado el evento principal.