Arte y Cultura

Manos virtuosas

Ha sido una práctica común en el mundo de las otrora llamadas “labores femeninas”, y también un verdadero arte inserto en el savoir faire de la haute couture. El bordado ha evolucionado a lo largo del tiempo, y en Chile ha conquistado variados rincones. En este reportaje destacamos cuatro maravillosos talentos locales.

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Victor Espinoza.

Su lugar en la historia nunca ha sido estático: a medida que ha pasado el tiempo, el bordado ha dado cuenta de las transformaciones sociales y culturales. Pasó de ser, por ejemplo, una imposición “femenina y hogareña” a un estandarte de la clase alta en la Edad Media, y también tuvo un momento recreativo reflejado en las populares novelas de Jane Austen.

En Chile, el bordado alcanzó un carácter “eclesiástico y militar a través de la ropa”, según Emilia Müller, curadora de Textil y Vestuario en el Museo Histórico Nacional de Chile (MHN). En este espacio ubicado en Plaza de Armas de Santiago se encuentran algunos de los ejemplos locales más antiguos, como una casulla de lamé bordada con hilos plateados (1650-1700) –vestidura exterior para un sacerdote–, o una casaca diplomática (sin fecha exacta), que representa un mundo de solemnidad. “En el caso del siglo XIX están los dechados, samplers utilizados como paños de cocina, o cuadros que se confeccionaban en la casa y en contextos domésticos, donde se aprende a escribir las letras”, relata Müller. Y también, por supuesto, ya más cerca del siglo XX, el bordado se insertaba en pañuelos de algodón o lino para llevarlos en los bolsillos de trajes, algo que se extendió hasta los años 80. La evolución local del bordado se da en un contexto de colectividad, unión y expresión social que, inevitablemente, va de la mano de momentos históricos importantes. Reconocida es la experticia de la cantautora e ícono en el arte del bordado Violeta Parra, folclorista que practicó el oficio en arpilleras a partir de los años 60; ahí plasmó “el hilo de su vida”, según Soledad Rodillo en su reportaje Siguiendo el hilo de Violeta. 

Cortesía Museo Histórico Nacional.

Para una de las heroínas más desconocidas de la historia chilena, Valentina Bone, el bordado se transformó en un acto de catarsis: durante los año 70 y 80 trabajó con cientos de mujeres de organizaciones humanitarias donde, además de aportar con trabajo social, ayudó a profesionalizar el oficio. Hoy en día la herencia del bordado rinde homenaje a cada rincón y trazo que deja un relato de historia personal y local, pública y social. En la moda, por ejemplo, contribuye al perfeccionismo y la delicadeza de la ornamentación que muestran las prendas que se encuentran en el mismo MHN.

De mostacillas e hilos de oro

Para muchos el bordado forma parte de un arte superior que se aprende incluso en academias y que adorna pasarelas bajo irrepetibles trajes de haute couture que se muestran en París. Cercano a esta filosofía, y como uno de los más grandes maestros del estilo en nuestro país, Marco Jerez lleva varios años hilando detalles a punta de mostacillas y piedras bajo un altar barroco. A pesar de una grave enfermedad que lo aqueja en estos días, él asegura que esta antigua práctica solitaria le permite conectarse consigo mismo. “Dejar salir de la cabeza y el corazón figuras combinadas que son armoniosas y elegantes es una acción que enamora y te invita a ser libre, volar sin limitaciones con materiales extraños y clásicos de los que el mundo del bordado está lleno”, asegura. Admirador del trabajo de bordados de Lacroix, McQueen y Dolce & Gabbana, estudió historia del arte. Además, su currículum incluye una preciada especialización en la École Lesage, la escuela de la maison Lesage, encargada de los detalles de Saint Laurent, Cristóbal Balenciaga y Chanel. Hoy, Jerez imparte clases y borda trabajos que le piden desde el extranjero. “Mezclando diferentes épocas y técnicas, el uso del color y las texturas, los volúmenes y el proyecto que se quiere lograr, consigues un estado de alegría y bienestar que solo puede sentir un diseñador que crea y no imita”, dice.

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Puntadas "milenarias"

Con hilos de oro que rescatan lo más tradicional del bordado histórico, Aurora Anita realiza talleres donde enseña lo que aprendió en 2016. Ese año viajó a Sevilla y cambió su instrucción en escultura adquirida en la Academia Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires por la perfección de las puntadas hechas a mano. “Para mí el bordado es una forma de perderse en el espacio y el tiempo. Me transporta a épocas en las que el detalle de lo artesanal reflejaba un ritmo de vida más pausado y contemplativo”, asegura. Parte de su técnica puede verse a través de su sitio web, donde confluyen los detalles de un trabajo que definitivamente espera traspasar a nuevos interesados. “Esta técnica milenaria, profundamente arraigada en la tradición, refleja la maestría de los artesanos y su conexión con la espiritualidad; fusionan destreza, devoción y legado cultural”, agrega Anita. 

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Aurora Anita. Foto derecha por Andrés Natura.

De rebeldía y expresión

El Centro Cultural Matucana 100 y el MAC de Quinta Normal han sido testigos de los lienzos bordados de Víctor Espinoza, quien aprendió a confeccionarlos por su cuenta luego de estudiar artes visuales en la Universidad ARCIS. “Me acerqué al bordado en una búsqueda de nuevos materiales”, asegura el artista, cuyas creaciones mantienen influencias provenientes de Egon Schiele, Edward Münch y Eugenio Dittborn, de quienes destaca “lo provocativo en su arte y el no conformarse con la realidad, explorando temas de la cultura pop”. Trazos que van formando lugares e imágenes y escenas de películas como Possession (Zulawski, 1981) componen la obra de este artista, quien utiliza una aguja curva en su experimentación en solitario. “Me permitió trabajar con mayor rapidez disciplinas como la pintura y el dibujo con el hilo como material”, asegura. 

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Experiencias autobiográficas, identidad y género, y visceralidad. Bajo estos conceptos se imprime la obra de Nicolás Astorga, artista chileno que vive en Berlín y que comenzó a bordar “a los nueve años, después de ganar un concurso de bordado navideño en el colegio”. “Es la técnica más personal y eficiente que he encontrado para poder confesar, manifestar y exhibir al público mi vida privada”, asegura. Tanto así que en 2022 exhibió un gran lienzo pintado y bordado que fue parte de la exposición Nunca seré más joven que ese día –una especie de diario de vida– en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC). 

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Fotos cortesía de Nicolás Astorga.

"Con la acción repetitiva de hundir y levantar la aguja voy repasando lentamente mis amores y mis sentimientos más bajos: el deseo de atacar, de vengarme, de invertir los momentos de vulnerabilidad, de satisfacerme atesorando recuerdos violentos o prometiendo una revancha”, asegura Astorga. Con esto el artista, que recibe influencias de Arthur Bispo do Rosário, Louise Bourgeois y Tracey Emin, entre otros, transforma una herencia latinoamericana en una verdadera purga de sentimientos y une su trabajo al de otros representantes que deambulan entre cultura pop, elegancia y expresión social. 

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