Fuera del arte
Mientras la artista autodidacta Amanda Wall sigue buscando su equilibrio, su trabajo ya ha llamado la atención de coleccionistas y curadores.
Amanda Wall (@amanda_wall) sabe lo que estás pensando. Ella también lo pensaría si es que estuviera en tus zapatos. “Tengo mi carrera como artista gracias a Instagram, admito que esa es la razón por la que la gente conoció mis pinturas por primera vez”, dice una monótona Wall, mientras golpea una La Croix rodeada de piezas para su segunda exposición en la galería Almine Rech. “Sé lo que ellos ven, es una transición difícil de hacer”. La exejecutiva de belleza sigue operando con vacilación, luchando con la palabra “artista”, a pesar de aparecer en la lista junto a James Turrell, Richard Prince, Julian Schnabel y Kenny Scharf. “Es una gran palabra, es pequeña y tiene toda la historia del arte por detrás”, se encoge de hombros. “Todavía me tupo cuando la gente me pregunta a qué me dedico”. Es una respuesta refrescante y sincera para una artista a la que el mercado le pide ayuda. Y tal admisión es objetivamente genial, una revelación inesperada de la que se ríe cuando se lo digo.
La llegada de Wall al mundo del arte a sus 30 años se vio alterada por su falta de acceso. Al crecer en white-trash America, la vida consistía en ir y volver de la escuela, entrar a Tumblr a primera hora de la mañana, desaparecer durante las excursiones familiares obligatorias y hacer una fogata en el bosque. Una niña con una mentalidad estética atrapada entre la ira y la pereza. Encontrar una salida a aquella situación condicionó la toma de decisiones de Wall. Pero el arte nunca se le pasó por la mente, simplemente porque nunca se le cruzó en el camino. “El arte no existía donde me crié, ni siquiera teníamos libros en la casa”, explica. En cambio, las imágenes de alta costura en revistas y en la web llenaban sus días y, más tarde, el modelaje se convirtió en un camino que apareció de la nada. “Eran colores y formas. Eso era todo lo que sabía sobre lo que quería”, dice. Mientras asistía a la universidad en Seattle, especializándose en diseño, Wall fue descubierta y se trasladó a Los Ángeles para seguir una carrera delante de la cámara.
“Todavía me tupo cuando la gente me pregunta a qué me dedico”.
Tras un breve paso por el mundo del modelaje, Wall se dedicó a los castings y a los trabajos de consultoría y, finalmente, se puso al servicio de Rémy Cointreau. Cuando la marca de belleza francesa le envió el esquema de una nueva línea de productos capilares, no quedó impresionada y se encargó de rediseñar el producto. “Yo era su público objetivo”, explica. Cuando la empresa recibió su feedback, le ofreció liderar la dirección visual para la marca de productos capilares millennial R+Co. “No quería diseñar botellas de champú”, dice Wall. “Alguien simplemente dijo, ‘oye, haz esto y te daremos dinero’. Fue fácil”. Ayudó a establecer R+Co como competidora de la superpotencia de Bumble & Bumble y la marca se convirtió en un éxito de culto, siendo pionera en los castings callejeros, la escenografía indie y la mentalidad “reconocible y accesible” que ahora impregnan todas las marcas de belleza contemporáneas. Sin embargo, con el tiempo perdió su brillo. “No era un desafío, estaba haciendo todo para alguien más. No estaba siguiendo una voz. Estaba haciendo que las cosas se vieran lindas para otras personas. No tenía sentido, era radicalmente aburrido”. Cuando su novio de la época, Olivier Zahm, redactor jefe de la revista Purple, vio sus cuadros, la incitó a considerar seguir un camino alternativo. Pero sin formación formal, Wall reconoce que “no tenía idea de lo que hacía. Simplemente no sé lo que no sé”. Aun así, la idea cuajó.
Actualmente, Wall tiene 37 años y vive en Los Ángeles, su camino como “artista” comenzó con un lienzo en Michael. Entró en una zona de hobby, trabajó en un cuadro al mes y perdió la cabeza. “Fue un proceso donde me golpeé la cabeza contra la pared, me ahogué, en el que cada vez que pintaba algo bien, luego lo revisaba y pensaba que era una completa basura”, ríe. “No hay certeza en mi proceso”. Después de muchas pruebas y errores, su obra finalmente debutó en las redes sociales. Entonces llegaron las consultas. “Había un tipo en Los Ángeles que tenía una cabaña en su patio. Me dijo que haría una pequeña exposición, pero al principio pensé que sonaba totalmente vago”. ¿Cuál era la persona y el lugar en cuestión?. La exposición se agotó, los directores del MOCA estuvieron ahí y el impulso alcanzó la máxima velocidad. “La gente estaba comprando los primeros cuadros que había hecho. No podía entender por qué”, dice Wall.
Un año y medio después esta situación sigue persiguiéndola. Si bien los artistas autodidactas no son muy comunes, al no haber tenido nunca la intención de haberse convertido en una, el síndrome del impostor de Wall la lleva a ser profundamente prudente. “No tengo un título que demuestre que soy legítima”, explica. “Ojalá supiera todo lo que es posible saber. Todavía tengo algo de ansiedad por ser autodidacta, por entrar en este mundo, en este momento y a esta edad”. Aunque admite que su propia naturaleza desarticulada de la duda forma parte de su práctica. “Creo que esta tensión de energía es el espíritu del momento: la esquizofrenia del mismo, la sensación de que hemos colapsado completamente”. En este momento la artista alude a la intención que hay detrás de sus obras, algo que se guarda en el corazón. A diferencia de sus colegas que se explayan en sus largas explicaciones inmediatas, Wall ha tardado horas en compartirlas.
Existe una clara dicotomía en la artista: la jugadora y la introvertida. Cada una de estas identidades juega un rol clave en su éxito. “Vengo de un lugar que no quería entrar en el mundo del arte, pero cuando me di cuenta de que gran parte era un juego, me atrajo aun más”. Consciente de los patrones que impregnan nuestras relaciones interpersonales, el desempeño de Wall en la web se basa en años de visión empresarial. Es una provocadora que se esconde digitalmente detrás de su fleco. A lo más uno podrá obtener un acercamiento de lo que serán sus próximos trabajos, pero no se conocerán sus pensamientos detrás de estos, lo que crea un misterio en un mundo sobresaturado de reflexiones efímeras. Esto es contrario a la intimidad de los retratos que pinta, los cuales a menudo son excepcionalmente sexuales y decadentes. Cada cuadro desprende vibras de carne roja, vino tinto y candelabros a media luz, los tira y afloja de la intimidad mantienen alerta a curadores y coleccionistas. Es una pieza que expresa sus sentimientos sobre una sociedad donde “todo es un juego y la vida es una simulación”.
Sin embargo, respecto a la temática de sus obras, los coleccionistas pueden sentirse fascinados al ver la nueva versión de Wall. En su próxima exposición en París+, las obvias alusiones a la sexualidad siguen salpicando la muestra, pero la atención sensorial es más palpable. En cuanto al tema, “para mí son todos lo mismo, estoy jugando con algo vivo que tiene una vibración, un sentimiento y un movimiento. Es más un sonido que una palabra, incluso un olor”, explica mientras arde el incienso en su deliberadamente oscuro estudio de Los Ángeles. Cada pieza es irritante, inclinándose por cerezas azules sintéticas, fantasías y flores de plástico. La artificialidad es importante para Wall y remite a su teoría del juego de la vida. En cuanto al proceso, “no tengo idea de cómo serán mis cuadros cuando los empiezo, todo es intuición”, admite. Experimenta esperando activamente no “estropearlo todo. Utilizo muchas capas en mis cuadros, así es que cuando a veces tomo decisiones, lo único que espero es no haber arruinado algo que me gustaba inicialmente”, sonríe señalando las velas de un retrato figurativo a gran escala antes de recostarse observando activamente su estudio. Los rostros en primer plano que se estrenan son una evolución directa de su obra anterior. De alguna manera, siendo más tristes y disociados, se inclinan hacia su nueva fase emocional: “Me estoy convirtiendo en una nihilista”, admite.
Wall tiene que dejar su estudio en dos semanas más, para poder preparar la tienda debido al aumento de la demanda, una elección ceremonial que la hace distanciarse aun más de sus inicios. Mientras tanto, nos sentamos, guardamos el vino para un último salud y hablamos sobre citas (ella no está interesada). Está relajada en su hábitat natural. “He tenido tantas vidas diferentes antes de esta. Me parece imposible volver atrás”, sonríe. “Quizá ésta sea mi alma gemela”.